El mundo se ha vuelto dependiente de los celulares; nadie puede ir a un lugar sin portar uno, y cuando por alguna razón se ha olvidado en la casa u oficina, a veces con desesperación se regresa a buscarlo para no perder un solo minuto en el afán de seguir hablando, chateando, o verificando información de todo tipo.
En los últimos tiempos, se ha acuñado el término nomofobia -no mobile phone phobia-, o, en otras palabras, el miedo casi irracional a estar sin el teléfono móvil. Existen personas que poseen dos o tres teléfonos, dependiendo del número de operadores, para utilizar en reuniones, restaurantes, y hasta en el ascensor, convertidos en lugares en donde se juntan varias personas, pero ninguna se ve el rostro.
Para analizar esta situación caótica, se podría partir de una hipótesis general: al menos existen cuatro factores para la generación de este miedo irracional: la incapacidad para acceder a información; la tendencia generalizada a dejar el teléfono analógico, convertido ya en una especie en extinción, lo cual genera una imposibilidad de comunicarse; la pérdida de conexión; y, la renuncia a la comodidad.
Siendo la comunicación una necesidad imperiosa en este tiempo de raudo avance tecnológico, reconozcamos que el celular se ha convertido en un miembro más de la familia o el trabajo, y quizás el más consentido. Y con eso se ha modificado la conducta de la gente; se ha vuelto más irascible, furiosa cuando no contestan enseguida; y, peor si no devuelven la llamada. En las parejas se genera un sentimiento de desconfianza, celos, discusiones y situaciones negativas, con el inevitable conflicto.
En estos días de vacaciones de la sierra, sometidos a un proceso electoral inédito, estamos más que nunca dependientes de la información del Tik-Tok, WhatsApp, o Facebook para ver tendencias, videos, análisis de todo tipo de opinólogos. Las redes sociales invadieron el celular y es verdad que han servido para informar y educar; pero también, a través de ciertos contenidos, para generar material basura.
Algunas reglas que evitarían vivir con el celular a tiempo completo: en el hogar prohibir su uso a la hora en la cual se junta la familia para almorzar o cenar; impedir utilizarlo en las instituciones públicas y privadas -muchos países europeos han aplicado con éxito esta medida-; no caer en la tentación del consumismo, regalando celulares a los niños para evitar el uso de tecnología chatarra, que descuida el aprendizaje formal; evitar cambiar el “plan” ante el atosigamiento de las operadoras que no respetan ni horas, ni días de descanso de los consumidores. Retos con alguna dificultad, pero no imposibles de lograr. Mañana votarán bien. (O)