Con el correr de la cronología en nuestras vidas, se presentan modificaciones vinculadas con la experiencia, con la madurez, con los argentados cabellos o la pérdida de ellos, con el incremento profundo del amor sobre los más sensibles y queridos seres como son los nietos. Estos seres llevan nuestros genes y los transmiten al futuro, en intención de perpetuar nuestra memoria en un entorno de transformación modernista en concordancia con las variantes que el tiempo determina.
Bellísimo estadio en el que nuestra visión gana ribetes de panorámica posición, avanzando sobre los senderos que nos trasladan en la terrenal existencia, disfrutando de los bello de la vida, ganando criterio, encontrando amigos, enriqueciendo al espíritu, valorando la música, las flores, los paisajes y el poema, la cascada y el canto de las aves, también aprendiendo de las penas que son cruces en la vida, sin las cuales debemos interpretar que no hemos vivido, que no hemos aprendido, que no cruzamos los valles y montañas, el día y la noche, hasta el ocaso nutrido de vivenciales experiencias.
Queda en nuestra retina y en la nostalgia de nuestra existencia, aquello que ya es distante en el tiempo, nuestra infancia y la imagen de los personajes inmersos y vestidos de amor, enseñanzas, mimos y que hasta nos permitieron más que los padres, éstos últimos eran nuestros educadores. El mundo fue de travesuras y golosinas, de sencillos juguetes en atmósfera de humildad, ajenos al mundo del consumismo, a la grotesca exageración que hoy es tan intensa en un planeta de inequidades y violencia, dolor y hambre, prepotencia e irrespeto por todo y por todos. Donde lo bello se confunde con lo vulgar, donde la vida se mezcla con la muerte, donde lo refinado se junta con lo vulgar.
Nietos, ángeles de dulzura infinita, que el Creador puso en nuestras manos, para brindarles amor y sonrisas, y que los adultos muchas veces los ponen en el mundo de la guerra, de la violencia, de la ofensa, de lo infernal. (O)