Tregua política

 A juzgar por los analistas, en especial por el sentir del pueblo, el próximo gobernante del Ecuador requiere de una tregua política, no para suspender el uso de las armas propias, sino para con ellas y las de aquél enfrentar a enemigos comunes.

Y con mayor razón si apenas gobernará como máximo durante un año ocho meses, periodo durante el cual difícilmente cumplirá sus ofertas de campaña, a lo mejor ni siquiera podrá darles viabilidad jurídica, social y económica.

Como nunca antes el país necesita de esa tregua. Para el efecto, el nuevo Presidente deberá sacar a flote su capacidad de liderazgo, de concertación, de unir a “tirios y troyanos” en una misma mesa y bajo un mismo objetivo: el Ecuador.

Quienes no quieran unirse o pongan obstáculos sentirán el peso de su irresponsabilidad. En muchos casos ya la tienen, y han sacado provecho de ella para apuntalar sus propios intereses.

Ya es suficiente como para seguir soportando tantos y tantos problemas nacionales; como para continuar viendo de reojo el tambalear de la República; como para seguir esperando y esperando golpes de suerte o milagros.

En estos días se habla de esperanzas, de sueños. Esto es parte de la naturaleza humana; pero en la práctica se requieren acciones, de entender la magnitud de los problemas del país, cuya solución no recae sólo en un Presidente, en su gobierno como tal, sino en todos los 18 millones de ecuatorianos.

Viendo en esa dirección, los sectores políticos están llamados a coadyuvar a quien en las urnas sea elegido para capitanear el barco en medio de la tempestad, sobre todo la próxima Asamblea donde todo se cuece.

No se pide rendirse, peor renunciar a la oposición, pero sí sensatez, interpretar la realidad, entender los desafíos, de ubicarse en el momento histórico, sobre todo de ponerse en el pellejo de la gente.

O nos los levantamos todos, o nos hundimos todos en esta difícil época del Ecuador.