Nuestra geografía y su paisaje son tan impresionantes como imprevisibles, entendiendo lo geográfico como espacio natural y el paisaje como abstracción, lo imprevisible como la capacidad de conmover, de por medio, la sensibilidad como detonante de la condición individual para el asombro; gusta más, gusta menos; pero existen espacios naturales que ofrecen más de lo previsible para el asombro, como es el Mirador Podocarpus.
Pasando unos días en ese exótico paraje natural y generosa hostería llamado Izhcayluma, en los altos de Vilcabamba, cosmopolita valle lojano cada vez más más visitado y poblado por ciudadanos del mundo que, paulatinamente, van construyendo una nueva cultura gastronómica, de hospitalidad y de espiritualidad en “la meca” de la longevidad que tanto atrae al turismo internacional y también al turismo nacional. En Izhcayluma, desde cualquier espacio de su entorno, mirando el paisaje del valle, hecho de cafetales, tejados, cañaverales, hondonadas, colinas y horizonte tras horizonte, como un contrapunto de acuarelas matutinas, cenitales y de eternos atardeceres, nuestros ojos y pensamiento buscan, en esa secuencia de azulados horizontes, en dónde está Podocarpus y su Mirador, nuestra meta en esta fugaz gira por valles y cimas lojanas.
Y llegamos al Mirador en el Parque Nacional Podocarpus, después de un kilómetro y medio de ascenso, desde el refugio Cajanuma, por un empinado sendero en zigzag de cúpula vegetal, cada vez más vertical y desafiante, hasta que de pronto se abren las cortinas del cielo y la naturaleza en todo su esplendor nos envuelve, cautiva y conmueve. Y nos extasía con la visión del valle de Cuxibamba con Loja rebasando por todos los ángulos y el Parque Eólico de Villonaco resplandeciendo en el horizonte lejano, al norte; los valles de Malacatos, La Trinidad y San Pedro de Vilcabamba, al sur; y a los dos lados, estribaciones de la cordillera desdoblándose en una secuencia de texturas hechas de luz, colinas, niebla y nubes que comienzan a derretirse al sol que camina, lento, al medio día. Con mi nieto Tomás no entendemos cuándo debemos iniciar el descenso. (O)