No me cabe duda que cualquier criatura de los que se arrogan la cualidad de tener cuerpo y alma -muchos inclusive fe, por tanto, espirituales- descubrirá que el rasgo más característico de nuestra época es el afán de cambio, pero de un cambio que actúe siempre en la misma dirección. Si no, miren nomas las actitudes y acciones de los llamados “conservadores” y “progresistas”, con esquemas culturales que pretenden organizar y explicar conocimientos y experiencias. Los primeros tan solo son encargados de conservar los “avances” progresistas, que los comunes mortales asentimos ingenuamente con aquello de que es “un signo de los tiempos”.
Por lo dicho, se ha diezmado ostensiblemente la credibilidad en las ideologías, sean estas de derechas o izquierdas, pues todos los “ideólogos” obran por intereses personales o de grupo y sus marcos doctrinarios no son más que pura paja. Estos mismos chaqueteros se amoldan a las coyunturas, y a quienes se mantienen en el redil de sus convicciones los tildan de retrógrados que hay que dejarlos en la cuneta, a fin de que no sea un obstáculo para los “procesos de cambio”. Los que proclaman el cambio repiten lo dicho por Heráclito que “todo fluye en la metamorfosis biológica”, pero también afecta al pensamiento que está sometido a un constante proceso de mutación. Entonces, no es novedad que las ideologías sean dinámicas.
Ahora mismo los candidatos hablan del cambio y de revolución, engatusando al pueblo que angustiosamente aspira y opta por el que más cambios ofrece. Para catapultarse al poder los grupos mercantilistas de la política optan por cretinizar a las masas para que avancen en pos de “nuevos horizontes”, pero vendados los ojos y sin saber si su meta es un precipicio o un sumidero, un cementerio o un patíbulo.
Como estamos imbuidos de soberbia y orgullo, no damos pie atrás y disqué con convicciones nos obcecamos en especulaciones rocambolescas para no arrepentirnos y menos retroceder, sin pensar lo que enseña la sabiduría: en el arrepentimiento y el retorno se puede descubrir que hay certezas inamovibles, verdades inmutables y palabras perennes.
Al fin y a la postre, los que fungen de líderes políticos y los que quedaron para el balotaje del 15 de octubre pían por el cambio y la revolución, como que si nunca hubiesen reflexionado las palabras de Jesús: “El cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará”, advirtiéndonos que hay principios y valores inmutables, por tanto, perpetuos. (O)