Lo tenemos todo y podemos tan poco

Somos pobres y atrasados. Nos matamos o nos matan, literalmente, todos los días, que ya casi los accidentes y los asesinatos no son noticia. Nos escondemos detrás de cercas eléctricas y muros altos. Tenemos miedo cuando salimos a trabajar y aún más cuando viajamos fuera de la ciudad a otros lugares del país, porque tememos ataques de todo tipo y de cualquiera. No confiamos en el estado de derecho porque la institucionalidad ha fracasado, no solamente en el mantenimiento de la seguridad sino en muchos otros ámbitos de la convivencia diaria.

Somos pobres y atrasados. No hemos construido una sociedad nacional solidaria, pues si lo hubiésemos hecho, los niveles de repartición de la riqueza y desarrollo de la gente sería más equitativo. Hacemos trampa cuando podemos. La solidaridad con los otros es un eslogan porque en la práctica vemos por nosotros mismos y aquellos que dicen que viven para los otros, con las excepciones de rigor, en realidad utilizan el discurso y medran en su individualismo que a lo sumo se expande a su familia, a su círculo de amigos y a sus relaciones, pese a las claras contradicciones y a la ruptura violenta del espíritu moral de instituciones como el nepotismo y el conflicto de intereses, que implica ese tipo de prácticas.

Siendo uno de los países más biodiversos del planeta, por su inmensa variedad de especies marinas y terrestres, sus ecosistemas únicos que dibujan los Andes, la Amazonía, la Costa, las Islas Galápagos y el inmenso mar, no hemos sido capaces de aprovechar esa fabulosa riqueza en beneficio de las personas. Quienes han podido hacerlo, políticos, gente de negocios y nosotros mismos, hemos dilapidado los recursos del país, y algunos de ellos, se han enriquecido venalmente, demostrando un inmenso menosprecio por sus compatriotas, muchos de los cuales, a su vez, esperan expectantes que llegue su turno, para hacer lo mismo. Los unos en contra de los otros. El patriotismo es una entelequia y un concepto retórico en labios de quienes lo han utilizado y esgrimido como justificativo de sus arteras acciones.

La cálida exuberancia de los bosques tropicales amazónicos conformados por una variedad increíble de especies de flora y fauna, así como sus caudalosos ríos que también albergan formas de vida extraordinarias, no ha sido estudiada por nosotros de manera suficiente y menos aún aprovechada para mejorar la vida de la gente y preservar el ambiente. Esa riqueza que estalla a borbotones, de manera deslumbrante y espectacular, la desperdiciamos porque teniendo tanto, podemos tan poco. Y, no solamente que no la aprovechamos, sino que la destruimos brutalmente, mancillando la vida y el paisaje, oscureciéndolo con nuestras acciones de deforestación, minería, tráfico de especies, ensuciándolo con nuestros desechos que son arrojados desenfadadamente a la prístina y delicada naturaleza de la cual formamos parte.

Igual pasa con los bosques nublados de los Andes y su maravillosa biodiversidad, con sus humedales. Con el feraz territorio costero en donde manglares, aves, playas y esteros, casi siempre han sido destrozados y no cuidados, porque se ha impuesto arrasador el monocultivo que no ha sido atenuado ni debidamente encausado por la falta de conciencia de la gente en el cuidado del ambiente, situación que ha permitido la explotación inmisericorde de una naturaleza pródiga y permanentemente violentada.

Lo mismo ocurre con la extraordinaria riqueza marina producto de la mezcla de aguas frías y cálidas que conforman un hábitat ideal para especies como ballenas jorobadas, tiburones, delfines, peces, crustáceos, tortugas marinas y muchas otras.

El patrimonio natural del Ecuador es reconocido en todo el mundo. Científicos, ambientalistas y personas interesadas en conocer y cuidar la mega diversidad de la vida, son atraídas para estudiarlo y protegerlo. Nosotros, podemos y debemos hacer mucho más en ese mismo sentido. Las acciones y los esfuerzos locales que sí existen, deben ser fortalecidos, pues de la conservación del medio ambiente depende el futuro de las próximas generaciones. Si hacemos lo necesario para ello, estaremos aportando en la construcción de un presente social distinto que, fundamentado en la protección del ecosistema, desarrolle industrias turísticas potentes que involucren a toda la sociedad.

Para alcanzar el grado de organización social que se requiere para concretar este objetivo, es necesario contar con adecuados sistemas viales, conexiones aéreas, sistemas de salud eficientes, tratamiento apropiado de desechos industriales y orgánicos; y, altos niveles de servicio y atención a los visitantes. Para desarrollar esta característica básica de la prosperidad, el servicio y la atención, se debe trabajar en procesos nacionales de educación cívica y en proyectos específicos en industrias y organizaciones, orientados al mejoramiento continuo y a la búsqueda permanente de la calidad total.

Este último elemento, el cultural, es el fundamento de todo cambio, pues lo que somos ahora en este ámbito no es suficiente, nos perjudica e impide avanzar y mejorar, porque no comprendemos, con las excepciones de rigor, el valor del compromiso con la palabra dada, la solidaridad aplicada y no solamente predicada, la importancia de la búsqueda de la perfección, la necesidad de la innovación colectiva, la pulcritud como estándar de servicio, el respeto que le debemos al entorno o el valor que representa cuidar la vida, para ganarnos la vida. Esta perspectiva de las cosas. Esta forma de ver la realidad y de vivir, es nuestro talón de Aquiles, pese a que nuestra cultura ancestral y contemporánea es tan rica como lo es nuestra naturaleza.

Tenemos múltiples manifestaciones culturales. Cada una de ellas con características propias y únicas. Los pueblos indígenas que son una de las esencias fundacionales de la variopinta sociedad ecuatoriana, son fundamentales en la conformación de la identidad nacional, pues aportan al todo cultural con la diversidad de sus lenguas, costumbres y cosmovisiones autóctonas, expresadas en el arte, las artesanías, la música, la danza, la gastronomía o la medicina tradicional.  

La riqueza de la cultura mestiza, que nos agrupa a todos, es de una dimensión tal que ha sido expresamente reconocida internacionalmente por una serie de declaraciones y acuerdos entre los cuales destaca nítidamente la realizada por la Unesco, que ha otorgado a dos urbes ecuatorianas, Quito y Cuenca, la calidad de ciudades Patrimonio Cultural de la Humanidad. El sincretismo de su cultura arquitectónica, musical, gastronómica, artística y el espíritu de sus pueblos han gestado la presencia irrepetible de formas de ser y de hacer, que además de ser reconocidas como únicas, son protegidas globalmente, porque se comprende su valor y se quiere preservarlas para que su proyección en el tiempo esté siempre conectada con su pasado que, en el caso del Ecuador, es historia viva.

A modo de conclusión, en esta suerte de recuento de las bondades naturales y culturales de nuestro país, menciono las siete designaciones realizadas por la Unesco, como zonas de reservas de biósfera de otros tantos territorios de la geografía nacional: Galápagos, Yasuní, Sumaco, Podocarpus, Macizo del Cajas, Bosques de paz (transfronterizo con el Perú) y Chocó Andino. Las zonas de biósfera combinan la conservación de la biodiversidad con el uso sostenible de los recursos naturales y el desarrollo humano.

La abundancia de riquezas naturales y culturales, entre nosotros, no tiene como correlato a una sociedad próspera y sostenible. Carecemos de una visión común y colectiva de la historia y del futuro. El individualismo campea con las desastrosas consecuencias que, partiendo del no respeto a los otros, llegan a la campante y arrasadora corrupción que la vivimos y la vemos en sus múltiples rostros que, pese a que nos atemorizan, también nos representan.

Lo tenemos todo. Y podemos tan poco.

Juan Morales Ordóñez

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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