Deuda

Aurelio Maldonado Aguilar

Cuenca, ciudad que honra a sus hijos ilustres, la que firma con bronce sus peañas, tiene una deuda, me parece y para poder refrendar mi aserto, tengo que retornar a mis años de mozalbete en la década de los 60, cuando la ciudad era y funcionaba como un pueblo pequeño lleno de intrigas, pañolones e iglesias, de tal manera que lo que diré, es historia, la que tiene memoria y pide ser considerada. Vivía pues yo en la calle Bolívar frente al Cenáculo, en la maravillosa y grande casona de mis abuelos, vendida al Municipio de Cuenca por mi madre y tíos y hoy, restaurada primorosamente y llamada “la casa de los murales” por los coloridos y espectaculares murales de sus paredes con los que crecí. En la parte trasera una gran huerta donde el personaje era una higuera y una construcción de dos pisos, para lavandería, comedor, cocina con las 4 hornillas de lena y el horno de pan y abajo un singular departamento a un lado de un gran patio. Yo ocupaba un dormitorio del 2 piso del fondo con el patio al frente y al fondo una amplia separación de “enchaclado” que dejaba pasar frío y estertores de la casa del vecino, un poeta López, sin familia ni herederos y que mandó a construir en la parte más alta de su frontis un minarete de latón, donde decía que escribía sus rimas. Allí aprendí malas palabras e improperios y palpé la perdición del hombre delirante, irracional, convertido en verdadero animal sin honor ni vergüenza bajo el vicio del alcohol. Es entonces que mi historia toma cuerpo y pide que Cuenca pague su deuda. Humberto Ugalde Camacho un hombre único “Gachito” como todo el mundo lo conocía cariñosamente es el protagonista. Yo lo vi con estos ojos que serán tierra, muchas veces, pero muchas, muchas y diariamente, traer a rastras, borrachos babeantes, vociferantes, mal olientes, delirantes, agresivos, levantados de calles de la ciudad y plazas públicas cercanas (muchos cargadores que lidiaban con aquellas carretillas singulares de madera de un solo y equilibrante eje que servía para traer comprados de la feria a los hogares) para que puedan ser desintoxicados en una cama pobre pero tibia, al fondo de la casa del Poeta López y yo vecino y testigo del aposento. Venían también, claro, borrachos de alcurnia, pues el vicio los iguala luego de campañas alcohólicas de días de beodes y que en sus casas ya no podían soportales. La labor del “Gachito” fue maravillosa, silenciosa y altruista y hoy existe un Hospital grande de alcoholismo y adicciones que lleva su nombre, cuya semilla germinó en el Cenáculo. Cuenca le debe. Los centenares de alcohólicos y adictos salvados del foso negro de su viciosa vida, gracias a la caridad y entrega del “Gachito” es suficiente muestra para pensar en un monumento para honrarlo. (O)