La primera reunión de representantes de los estudiantes suele tener un punto en la agenda que es tradición: la elección de la directiva del grado. El silencio, las ausencias y el poco entusiasmo hace que el resultado se acerque más a una imposición autoritaria que a una elección democrática. En el mejor de los casos se da un ofrecimiento voluntario de algún comedido que suele ser la nueva madre de este año. El fenómeno merece atención porque al ser la educación de nuestros hijos algo de absoluta y primordial importancia, los padres y madres deberíamos estar muy interesados en involucrarnos directamente en las decisiones que la Institución tome sobre la educación que reciben, el entorno social, la convivencia segura, alimentación, etc. Sin embargo, evitamos ese compromiso.
Lo anecdótico del caso es que no tardamos en quejarnos en el chat de representantes sobre el deber exagerado, o la cuota elevada. Nos quejamos del niño que maltrata al curso, o del último robo de la cartuchera. Y, por supuesto, tampoco dejamos de hacer la crítica a la directiva que “no hizo nada en todo el año”.
Ese chat es un reflejo de una conversación más amplia que como sociedad nos hemos acostumbrado a tener. Vivimos en medio de un entorno de inseguridad, falta de servicios básicos, desempleo, retroceso en derechos, violencia social y política que la ciudadanía enfrenta a diario prácticamente de manera naturalizada. Quizá no podemos hacer cambios significativos en el ámbito social a nivel macro, y por ello vivimos quejándonos, frustrados por las condiciones de violencia y dolor que saturan el ambiente. Sin embargo, hay entornos más relevantes y cercanos en donde nuestra presencia puede ser significativa y generar verdadera diferencia, principalmente en nuestros hijos e hijas. Ese lugar es la reunión de padres y madres de familia y más específicamente la directiva del grado. (O)