La ministra de Educación, en una suerte de entrevista de aclaración de gestión ofrece unas escalofriantes cifras entregadas por la Policía Nacional. En el primer semestre de este año, 147 menores de edad fueron víctimas de un asesinato o sicariato en el país. De ellos, dice la ministra, “ninguno ha sido víctima dentro de una institución educativa, cero”. Pareciera un logro de gestión el hecho que -al menos en sus paredes no mueren niños- aunque sí lo hagan en la vereda del frente.
Quien sabe y esas 147 vidas se perdieron porque forman parte de otra terrible estadística, dado que más de 60 mil estudiantes no regresaron a las aulas para este año escolar 2023. Al no estar en las aulas, son vulnerables a la violencia, a la desnutrición, o ante la situación de precariedad se habrán visto obligados a buscar ingresos para sus familias. Conocemos esas historias, basta con leer cómo viven los jóvenes sicarios que se consiguen en Colombia, lo vulnerables que son ante las necesidades sociales y económicas. En Ecuador no estamos lejos de estos relatos con niños y jóvenes que, fuera de las aulas, tienen mayor probabilidad de caer en espacios de peligro como el de la delincuencia, o quizá esté cruzando la selva del Darién.
Cómo es posible que en poco más de dos años de gestión, se haya perdido la perspectiva del rol del Estado dentro de la administración gubernamental. La muerte de niños y niñas no debería estar en una línea de discurso del Ministerio de Educación, mucho menos para justificar que, al menos las escuelas son seguras. Si la población sufre por la pérdida de vidas, o por la ausencia de niños en las aulas, la única preocupación de las autoridades debería ser cómo recuperarlos y cómo protegerlos, en eso hay corresponsabilidad del Ministerio de Educación.
Nótese el sarcasmo en el título. No esperen aplausos ante indicadores de gestión que han perdido la noción sistémica en las distintas funciones del Estado, ante expresiones insensibles que demuestran que el desafío no está sólo en las dificultades del territorio, sino en la miopía de los escritorios. (O)