¡Fernando Botero nos recreó desde siempre! Lo hemos visto en algunos escenarios del viejo continente y, claro en su Colombia natal. La grandeza de sus cuadros y esculturas, tanto desde su forma como desde su contenido, ha destacado en los museos de Madrid, de Barcelona, de New York, de Bogotá y de Cartagena de Indias.
Su arte a través de sus formas redobladas y redondeadas habla de su especial y agrandada capacidad visual y estética. Su Mona isa, sus obispos muertos, sus bailarinas y hasta su autorretrato de 1959, hablan de una estética muy particular y en la cual, los torsos son solo, una parte importante, para alimentar su trabajo artístico, que ha alcanzado a trascender, no solo en Latinoamérica, sino en el mundo entero. Su volumetría y su reivindicación de curvas en las formas humanas, es su carta de presentación. El arte del gran Botero no debe ser real (por eso su agrandamiento), pero si debe ser positivo en su expresión y en su actitud.
Fernando Botero ha fallecido en edad nonagenaria, pero su obra se encuentra diseminada en importantes museos de América y de Europa; muchas de sus esculturas han irrumpido con protagonismo, en plazas y en edificios importantes. Su mandolina volumétrica lograda en México, constituyó el inicio de su producción artística, implantando el estilo que lo definiría en su larga trayectoria. ¡Paz en la tumba de Fernando Botero y que su arte constituya su legado por sus seguidores! (O)