Salvador Allende Gossens asumió la presidencia de Chile, el cinco de noviembre de 1970, luego de tres intentos fallidos. En tanto, el once de septiembre de 1973 fue derrocado del poder por fuerzas reaccionarias y militares con apoyo norteamericano, siendo esta fecha trágica por su consecuente deceso.
Anterior a ello, se desempeñó como Ministro de Salud y fue varias veces integrante y máximo personero de la Función Legislativa. De firmes convicciones socialistas, Allende fue el estandarte de una propuesta aglutinante de los sectores progresistas, partidos afines, centrales sindicales, federaciones estudiantiles, intelectuales y artistas, gente idealista de la ciudad y el campo, quienes configuraron la Unidad Popular con la finalidad de sostener un régimen dirigido para favorecer a los desposeídos, a redistribuir la riqueza y a consolidar la institucionalidad chilena.
Este médico marxista, fundador junto con otros militantes del Partido Socialista en 1933, se preocupó de temas sanitarios, de los derechos de la mujer y de los trabajadores, de la educación, de la juventud, de la promoción cultural, en síntesis, del futuro de una nación anhelante de cambios estructurales -sobre todo por las marcadas inequidades socioeconómicas- que sirviera de ejemplo para los ojos de nuestro continente y del mundo.
Alzó su voz henchida de dignidad en pro de la autodeterminación y el no intervencionismo. Fue un ferviente activista por la solidaridad de los pueblos que lucharon por alcanzar la emancipación en etapas de neocolonización. Su palabra tendió puentes de reflexión en medio de una doctrina que propugna la cimentación de una nueva sociedad en donde se vean garantizados los derechos y las libertades y en donde la ciudadanía sea el principal protagonista de su destino. En su ideario, que devino en programa gubernativo sobresalió la “vía chilena al socialismo”, en respuesta al deterioro causado por el sistema capitalista, en los niveles de desigualdad social y ahondamiento de la brecha ricos-pobres. La aspiración de Allende fue solucionar los apremiantes problemas de las mayorías humildes.
Salvador Allende mantuvo con sus postulados un irreductible compromiso por la tradición democrática de su país. Y en los hechos concretos se mostró de cuerpo entero como un revolucionario íntegro, para lo cual entregó su vida como testimonio de coherencia ideológica y decencia ética, abrigando la esperanza de que “mucho más temprano que tarde, de nuevo se abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una sociedad mejor”. (O)