El execrable crimen cometido en la persona de Fernando Villavicencio ha creado una serie de conjeturas sobre las causas que lo motivaron y quienes fueron los autores intelectuales del mismo. Hace pocos días vi una entrevista al candidato vicepresidencial correísta, en la cual, el señor Arauz le pregunta a su entrevistador si él sabía que luego de la muerte de Villavicencio, el riesgo país del Ecuador bajó en cien puntos. Ante la negativa del entrevistador, Arauz comenzó a “desarrollar” la siguiente teoría: dijo que el “riesgo país” había disminuido porque como se suponía que la muerte del candidato Villavicencio iba a ser “chantada”, según palabras del propio Arauz, al movimiento correísta, esta situación iba a influir directamente en las preferencias electorales de la revolución ciudadana y, al provocar su descenso, impidiendo que el binomio González-Arauz gane las presidenciales en una sola vuelta, pues entonces mejoraba el “riesgo país” y los tenedores de los bonos de la deuda externa ecuatoriana verían acrecentada la cotización de dichos bonos.
Después de esta larga, sinuosa y nada convincente deducción, Arauz concluye en dos situaciones: la primera, da por aceptado que la sola posibilidad de que el correísmo retome la conducción del gobierno es causa suficiente para que aumente el riesgo país y nuestras gestiones financieras internacionales se vean seriamente afectadas en el futuro, y, la segunda, que si los tenedores de los bonos de la deuda ecuatoriana han sido los “beneficiados” por la muerte de Villavicencio, pues entonces ellos son los responsables por el crimen del candidato presidencial.
Según la inédita teoría de nuestro aprendiz de Sherlock Holmes, los hechos son evidentes. Las investigaciones deben suspenderse y los gringuitos del FBI pueden regresar tranquilamente a sus cuarteles del país del norte. Debe “olvidarse” también el mensaje lapidario de “el innombrable”, refiriéndose a Villavicencio, cuando dijo que “se le acabó la fiesta” y que “nuestra venganza personal, será contundente”, que no pasan de ser expresiones viscerales y producto de la desesperación electoral. (O)