Muchos países de nuestro planeta han sido golpeados por incendios de gran magnitud e inundaciones catastróficas, las más graves de sus historias.
Hoy, más que nunca, el mundo sufre con el cambio climático una “guerra en tiempos de paz”. En la actualidad, el cambio climático es considerado como el “NUEVO ENEMIGO” de la humanidad.
Mediante el empleo masivo de la ciencia y la tecnología, el hombre ha llegado a desarrollar una capacidad de causar desastres mayores que los de la naturaleza. Parece incuestionable que el poder que el hombre adquirió sobre su medio ambiente, ha alcanzado un grado, en el que podría determinar su propia destrucción, si éste continúa empleándolo al servicio de su codicia.
La naturaleza humana es codiciosa, porque este tipo de avidez es característica de su vida; el hombre comparte este rasgo con otras especies no humanas. Sin embargo, el ser humano, gracias a su conciencia, puede darse cuenta de su codicia, puede saber que su propia vida, basada únicamente en el poder para dominar a la naturaleza, es destructiva para sí mismo.
Las acciones necesarias, para anular las consecuencias perniciosas del poder humano, deben ser acciones de orden ético, y no sólo legales. Los políticos, las autoridades nombradas para velar por el bien común, los directores de las industrias, etc; deben afrontar la responsabilidad en los desastres provocados por el hombre.
La creencia de que los progresos científicos y el desarrollo material, pondrán fin a las calamidades provocadas por la contaminación ambiental y la acción humanas; es sólo un modo de distraer la atención, y apartarla de la necesidad de una revolución en la ética humana.
Una actitud religiosa frente a la vida humana y a su medio ambiente, nos orientará para reconocer de nuevo, así como lo reconocían nuestros antepasados, de que, a pesar de su excepcional poder, el hombre es una parte de la naturaleza, y que debe coexistir con el resto de ella, si desea sobrevivir
Por contaminar nuestra tierra, lo que sembramos no lo recogemos. Somos esclavos del beneficio y del poder. Lo que nosotros bebemos en una copa de vino está mezclado con amargura y desesperación, temor y cansancio.
Para poder beber el néctar puro de la realización de la existencia, debemos tener un sentido de respeto por esta madre tierra, una sensación de verdadero afecto por esta vivienda temporal de nuestro cuerpo y espíritu, si aspiramos a tener un sentido de armonía espiritual.
La naturaleza nos tiende sus brazos acogedores y nos invita a alegrarnos de su belleza. Pero tememos su silencio, y nos precipitamos en las ciudades contaminadas en las que nos amontamos como corderos que huyen del lobo feroz. (O)