Estiaje y energía eléctrica
La suspensión del servicio de energía eléctrica, la acepte o no el Gobierno, es preocupación colectiva, máxime si el miércoles anterior se produjeron los primeros y selectivos apagones “por una demanda inusitada”, horas antes de haberlos desmentido.
Según el ministro de Energía, Fernando Santos, el país “está en manos de Diosito”. De acuerdo a sus creencias las lluvias dependen de un milagro.
Si no llueve lo suficiente en las cuencas hidrográficas baja el caudal de los ríos y, por consiguiente, la producción de energía eléctrica.
Eso ocurre ahora. El estiaje pone en aprietos a las autoridades energéticas. Tratan de calmar a la población pero reconocen los bajos caudales, las altas demandas de energía por la ola de calor en la Costa; y, ojalá Colombia no concrete su advertencia de revisar su suministro para Ecuador, también por las mismas causas: falta de lluvias.
Las hidroeléctricas abastecen el 73 por ciento de la demanda de energía. La diferencia proviene de las termoeléctricas, solar y eólica.
Ni todas ellas funcionan íntegramente con todas sus unidades, como tampoco reciben mantenimiento adecuado y a tiempo, en especial las termoeléctricas, varias de cuyas plantas estarían obsoletas.
Además, hay otros proyectos hidroeléctricos aun si concluir pese al tiempo transcurrido, entre ellos el Toachi Pilatón.
En 2022 el propio Ministerio de Energía anticipó la severidad del estiaje durante 2023. A más de cumplirse, se adelantó. He allí las consecuencias. Haberse autoprevenido y no actuar a tiempo es doblemente criticable.
Ahora vienen los apremios: pedir un milagro copioso y largo, compra urgente de motores de generación eléctrica por 65 millones de dólares, pedir a Colombia no suspenda su venta de energía, una probable licitación emergente para contratar la provisión de 400 MW en barcazas.
Si bien es una “frase cliché”, pero vale citarla: el “fantasma de los apagones” ronda por el Ecuador.