Ha pasado ya mucho tiempo desde aquella mañana que recuerda el abuelo. Los primeros trinos de los gorriones anuncian el alba que despunta sobre las montañas, los primeros rayos de sol tiñen de dorado los incontables campanarios mientras, sobre los viejos adoquines tintinean los pasos de los primeros feligreses, helados entra la niebla y la garúa de la madrugada, en su lenta procesión a los templos para la misa de siete.
En el templo espera el sacerdote en actitud solemne. Hombre de buen vino y buena mesa, ha venido esta mañana con una misión: proteger, a toda costa, la tradición de poner el gobierno en manos de quienes, gracias a su riqueza e influencia, se han ganado el privilegio de dirigir a los demás, al pueblo, a esa muchedumbre pobre e ignorante que sin ellos estaría perdida. Y más aún cuando son ellos, los poderosos, quienes ocupan piadosamente la primera fila, desde la cual le observan con atenta devoción pues han pagado por el templo, el altar y algún donativo para la congregación, siempre bien visto a ojos del señor.
Detrás, el pueblo llano, sencillo, en sincera oración. Expectante del sermón con el que, ese domingo de elecciones, el pastor guiará a su rebaño en la tarea de votar, elegir y olvidar. Olvidar que esos mismos ya han gobernado antes y no han traído más que penurias mientras defendían sus intereses y se defendían entre ellos. Olvidar, una vez más, que había sido a manos de esos capataces que habían sufrido humillaciones y violencia, y que esto ocurre porque les temen, porque todo aquel que impone sus ideas con violencia tiene miedo, porque la paz y la tranquilidad es patrimonio de los valientes.
Olvidar, en fin, para elegir nuevamente a los que saben mandar porque nacieron mandando. ¿Qué saben los pobres sobre crear riqueza? ¿Cómo puede, quien nunca administró una gran hacienda, pretender administrar la cosa pública? No, serán los potentados, los dueños, los que deben mantenerse en el poder. Ellos saben qué hacer. Y, como decía, con la tradición, no se juega.
A veces me sorprende, con cuanta inteligencia se defienden las peores torpezas… (O)