Es difícil, desde la linealidad del análisis ideológico, entender ¿cómo? Un candidato que se ubica ideológicamente en la misma vereda que un mandatario saliente, sumido en una profunda crisis de aceptación y credibilidad, pueda, no solamente, acceder a una segunda vuelta, sino que, además liderarla en toda la línea de tiempo y ganarla.
Entre Moreno y Lasso encontramos dos puntos de intersección, el primero en tanto el eje de gestión ubicado en la derecha del neoliberalismo político-económico; el segundo, en los niveles de aprobación y credibilidad más bajos, para un cargo electo, de las últimas décadas; no obstante, en las pasadas elecciones, de Moreno a Lasso y de Lasso a Noboa, el país elije una vez más un gobierno de derecha.
Desde la perspectiva discursiva del constructo imaginario de la Revolución Ciudadana, Daniel Noboa era, con mucho, uno de los adversarios más cómodos para explotar su clivaje pueblo-oligarquía; y todas las posibilidades de reivindicación de la representación del pueblo del que nace, al que se debe y pretende representar.
Lejos de eso, la campaña se debate entre un candidato sin identidad que se expresa como apéndice del líder, frente a un candidato que recoge la herencia como dinámica de renovación. Luisa no existe más allá de Correa, es su votación la que la lleva a segunda vuelta y son, sus límites, los que le plantean un techo que, simplemente, no alcanza. Daniel por su parte nos dibuja una idea distinta, desde el enunciado “mi padre inicio la carrera que yo terminaré”, concepto que lo dibuja desde la línea de renovación política que el país busca y demanda.
La derecha enfrenta el reto de responder a la expectativa de renovación en ejercicio de la gestión inclusiva y solidaria; la izquierda enfrenta el, no menos complejo, reto de reinventarse más allá de sus pugnas para consolidar un frente sólido basado más en causas y menos en figuras.
El reloj de arena está puesto…(O)