En medio de la desolación y la incertidumbre que nos envuelve, se celebran 60 años de la vida institucional de La Asunción, unidad educativa que se caracterizó por ser pionera e irrumpir la tradicional forma de enseñar promoviendo, sobre todo, la solidaridad y empatía.
Mis primeros años escolares en La Asunción, de la mano de Loly Arce, me enseñaron dos cosas fundamentales: todos somos iguales, y todos merecemos tener lo mismo. Aquí niñas y niños de diferentes clases sociales recibíamos iguales útiles, refrigerios, mimos y castigos; nunca vi privilegios ni favoritos; salvo cuando la Charito Tobar me ayuda a ranclarme de misa o para ir a las huelgas.
Una educación fiscomisional, en donde quienes tenían más pagaban más; se compartían los libros, las máquinas de escribir y se enseñaba a las niñas electricidad, así como a los niños, costura. Una escuela en medio del bosque y a la orilla del Yanuncay, el paraíso de cualquier guagua. Un sistema educativo que nos enseñó a ser buenas personas, porque como decía el Profe Fernando Estrella, a la final, eso es lo único que vale la pena. (O)
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