Cada ciudad posee fisonomía propia. Rasgos que lo distinguen de las otras. O que lo aproximan. En el pálpito de los días se nutre su dinámica, a ratos envolvente, y otras, asfixiante, en una complejidad no menos laberíntica. Y, también de las noches, que nos convoca al misterio de su entorno (“La prosa es lo diurno, la poesía es la noche”, predijo Ernesto Sabato).
Son variados los códigos que se configuran en el ambiente. Asimismo, los elementos constituyentes de su materialidad (la piedra, la madera, el vidrio, el hierro, el bronce, el mármol, el cemento). Es la puesta en escena del mosaico de viviendas y edificaciones que determinan varios rostros: el de la bonanza y el de la pobreza. Porque en cada ciudad hay el deslumbrante abanico del derroche financiero (el apogeo de los bienes raíces), y a la vez, la inmundicia de los basurales que se expanden generalmente en las periferias.
Paisajes seductores, agradables, irreverentes y nauseabundos en una misma cartografía. En las calles y en las plazas caben intrahistorias. Rastros pretéritos. Ruinas visibles. Anhelos fecundados desde la inocencia, la perseverancia o la fe que emerge de esas enormes catedrales cupulares, cuya ubicación está casi siempre en los polos arquitectónicos imbuidos de leyenda, de civismo, de historia.
Tras la clarinada de los pájaros viene el bullicio estudiantil, el ajetreo comercial y burocrático, la bocina de los automóviles, el movimiento que demuele rutinas y conciencias (“por la ciudad de la furia”, cantaría Gustavo Cerati). Jornadas renovadas de itinerarios, de destinos, de interrogantes, de derrotas, de luchas, de ambiciones, de hallazgos y logros. La búsqueda del principio, o a lo mejor del destino final.
En las ciudades los pulmones verdes disminuyen, y aunque se hable del cuidado ambiental es evidente su entelequia. El daño a la naturaleza se verifica con la contaminación por gases tóxicos, tala de árboles, a más de la expansión del hormigón.
Las contradicciones por supuesto que son palpables en la urbe moderna. Entre la vecindad natal y la migración acelerada (fenómeno de orígenes remotos). Entre la masiva actividad social y la introspección solitaria del habitante anónimo. Morfología de sentires, humedades y memoriales. Lo que cabe es la certeza de abrir portones y ventanas para seguir buscando la ciudad utópica sugerida por Italo Calvino. (O)