El sentido práctico
Para muchos es una de las características más importantes del hacer humano. Representa a la eficacia, al uso adecuado de los recursos y a la correcta valoración de las diversas partes que conforman una situación para actuar de la mejor manera. Está íntimamente ligado a los criterios de sensatez y de prudencia, virtudes que son muy importantes en la vida, en los negocios y en la prosperidad. El sentido práctico es indispensable para el individuo que forma parte de organizaciones y para toda persona en la compleja cotidianidad de la vida.
Sin embargo, muchas actividades humanas desde las artísticas hasta las científicas, requieren que se utilicen otras capacidades que en ocasiones rechazan el sentido práctico y en otras las superan. La vida de muchos de los grandes representantes de las diversas manifestaciones culturales y de los artistas en general están marcadas por la desmesura y por el deslumbramiento para alcanzar un sueño o ideal, ya sea de una expresión corporal en el caso de la danza, de una plástica cuando se trata de la pintura o escultura o de una sonora si hablamos de música.
Lo mismo sucede con algunos científicos que alcanzan la ruptura del paradigma vigente en el área de su trabajo a través de una suerte de conexión distinta a la del sentido práctico con el nuevo enfoque que revoluciona lo aún aceptado en física, química o en cualquier ciencia objetiva. Quienes estudian la lógica de la investigación científica, abordan esta perspectiva que ahora la esbozo sumariamente, cuando analizan el rol de la intuición en la formulación de la hipótesis, en el diseño experimental o en la interpretación de datos.
Los individuos que aspiran a algo diferente a lo común -todos tenemos ese tipo de pretensiones- superan o dejan de lado al sentido práctico para tomar decisiones fundamentadas en posiciones distintas. El amor en sus diferentes formas va más allá, siempre, de lo que recomienda el sentido práctico. También la adhesión a un enfoque de vida o a una ideología para quienes la consideran como trascendental para la historia, prevalece sobre la practicidad del sentido común. Igual sucede con los individuos que no transigen con sus principios y valores, pese a que esa postura no responda a lo que el sentido práctico les advierta. Esta posibilidad, la de pensar y actuar más allá de los límites de lo que nos dice la sensatez y la prudencia, caracteriza también a los contenidos de la dogmática religiosa, de la filosofía y del mundo de los ideales.
La utopía
Este concepto se encuentra ahí, en ese espacio constituido por la proyección de los deseos de realización individual y colectiva de la gente y es una de las más elaboradas representaciones de los anhelos humanos por construir una sociedad ideal en la que la justicia, el bien común y la felicidad son los objetivos a ser alcanzados, porque siempre la humanidad se proyecta describiendo el ideal vislumbrado en su legítima aspiración a formas mejores y más plenas de vida.
Muchos, estigmatizan a quienes sueñan, reduciendo el ideal a una categoría de menor nivel que la del sentido práctico, conectado lamentablemente y de manera exclusiva al rédito económico y social, así como al aprovechamiento de las oportunidades para la ganancia, sin considerar los efectos negativos que podemos causar en los otros, en una suerte de aplastante lógica que justifica que las situaciones se aprovechen sin que los remilgos ecologistas, morales o idealistas se interpongan entre el objetivo material que se busca y la decisión que se adopta.
Puede ser que el sentido práctico de los que defienden la explotación de los recursos naturales o la experimentación científica que no se detiene ante nada ni nadie, sea uno de los argumentos de quienes llevan a la civilización a este tipo de prácticas que excluyen al ideal y que rechazan también, por insulsas, a las posiciones que se oponen a la extracción en gran escala o a la deforestación -que mata y extingue especies animales y vegetales- para implementar formas industriales de explotación a gran escala.
Las razones que respaldan este tipo de prácticas son las que provocan el calentamiento global, el cambio climático y se fundamentan en el sentido práctico de las inversiones financieras y el rédito económico, que lo sabemos, tampoco es ni por asomo, distribuido con un mínimo de equidad.
La distopía
El mundo creado por esa versión del sentido práctico que considera que es más importante la explotación que la conservación, alcanzar el poder y no su gestión en beneficio del todo, el gasto desenfrenado que se impone a la sobriedad, la competitividad que prima sobre la cooperación, la dependencia de las tecnologías y no los saberes artesanales, el individualismo en lugar de la interdependencia, el mantenimiento de los geo poderes que inhiben la acción de lo público, la inteligencia artificial sobre la aspiración de superación de la dependencia de la digitalización, es un escenario que se ubica en las antípodas de la utopía… en la distopía.
Situaciones críticas como el deshielo de los polos y la desaparición de las antiguamente llamadas nieves eternas, el aumento del nivel de los mares que inunda islas habitadas y ciudades costeras, el incremento de la temperatura del clima que devasta territorios e impide la vida, la dependencia casi total de los sistemas informáticos, las grandes migraciones de desamparados que arriesgan sus vidas y mueren en su afán de llegar a lugares en donde se vive mejor, la violencia generalizada, la guerra que arrasa con todo y lleva al humano a niveles sórdidos de descontrol, ira y muerte, el mercado de narcóticos, la trata de personas o la destrucción del planeta… forman parte de la distopía o sociedad marcada por lo disfuncional y deshumanizado.
Creo, que en gran medida ya estamos ahí y el futuro, me parece, profundizará y ampliará el malestar. La literatura y el cine, a modo de advertencia futurista, trataron siempre esta propuesta. “El mundo feliz” de Huxley y “1984” de Orwell son libros clásicos de este género; y, películas como “Minority report”, “Matrix”, “La carretera” o “Blade runner 2049”, son estupendas producciones distópicas.
La utopía en tiempos de distopía
Considero que es necesario resistir el embate de la dependencia casi absoluta de lo numérico y de sus perversas y sesgadas aplicaciones relacionadas con el mantenimiento de formas sociales basadas en la productividad a ultranza, el consumo cada vez mayor y el desarrollo de la ciencia y la tecnología para apuntalar esas prácticas.
Hace muchos años Ernesto Sábato, el brillante escritor argentino, que en su vida personal abandonó una importante carrera en el mundo de la ciencia para trabajar en los escenarios de la palabra y de la utopía, escribió uno de sus textos, “La resistencia”, para decirnos que es necesario detenerse y luchar para que la tecnología no nos someta y sí nos sirva para construir un ideal de vida cada vez más humana en donde lo orgánico, lo que nace, crece y se transforma, sea respetado, cuidado y protegido.
La utopía, siendo emocional e intelectualmente concebida y construida, debe ser considerada como una manifestación del instinto básico de supervivencia de los seres humanos. Debemos luchar por el ideal de una vida armoniosa, digna para todos, sostenible ambientalmente y perdurable en el tiempo. Debemos luchar para que la ciencia y la tecnología sirvan a esos ideales y para que lo humano controle a lo numérico y no a la inversa. Ese es el desafío vital.