Hace 25 años esa frase retumbaba todavía en los oídos de los ecuatorianos y ecuatorianas, eran las palabras expresadas por el entonces presidente Mahuad, que había firmado el acuerdo de paz que consolidaba un proceso histórico para Ecuador y Perú. ¿Qué son las fronteras sino las líneas imaginarias entre pueblos cuyas historias y culturas tienen más elementos compartidos que rasgos que los separan? A diferencia de otros puntos en el mundo cuyos conflictos geopolíticos, lamentablemente parecen no tener una opción de solución, el haber celebrado 25 años de paz en lo que era un antiguo conflicto de la historia moderna en Latinoamérica, es un mérito que debe ser otorgado a la madurez de sus pueblos y a la capacidad de sus autoridades de haber establecido acuerdos de Estado a pesar de las inestabilidades políticas que tanto Ecuador como Perú han sufrido durante estos mismos 25 años.
Ganar la paz ha implicado, según el reporte de la Cámara de Comercio e Integración Ecuatoriano – Peruana, que el Ecuador haya multiplicado por nueve su capacidad de exportación, y Perú se convierta en el sexto socio comercial. El intercambio educativo, cultural y económico ha significado un avance positivo en el desarrollo de la región y configura una nueva historia para ser contada a las futuras generaciones de ambas naciones.
Que este ejemplo sirva también para mirarnos hacia adentro. Somos una sociedad en la que los extremos, aunque diezmados en número, se han encendido en su fervor propio y en el ataque y rechazo a la opinión del otro. Necesitamos recordar que un día, hace 25 años, pudimos ganar la paz dentro de un conflicto que costó vidas y nos retuvo en el subdesarrollo. Si entonces pudimos acordar una tregua, quizá ahora también podamos borrar nuestras propias líneas imaginarias y encontremos espacios de común acuerdo para, dentro de casa, también llegar a decir “hemos ganado la paz”.