Antes de nada, permítanme que, en este artículo que es el primero que escribo en el Año Jubilar de El Mercurio, agradezca de manera efusiva primero a todo el equipo que trabaja en este medio de comunicación, incluido a vendedores y voceadores del periódico, sus editorialistas, a cada uno de sus articulistas, a la sociedad cuencana, a los anunciantes y lectores de esta columna. El frecuente propósito de estas líneas a lo largo de todo este tiempo escribiendo el mismo tema ecológico, es el de sembrar una mayor conciencia ambiental.
Al encaminar a la sociedad a proteger los recursos naturales y a utilizarlos racionalmente en beneficio de la humanidad. Con la convicción de preservar los valores ecológicos, fortaleceremos esta conciencia ambiental que, más que nada, es una filosofía que está relacionada con la conservación y la mejora del medio ambiente, con el fin de proteger los ecosistemas. La conciencia ambiental es la base de todo para conseguir un aprendizaje en nuestro conocimiento con el fin de conservar y garantizar el equilibrio ambiental. Es necesario ser conscientes de todos aquellos aspectos que deterioran la naturaleza.
Debemos tomar en cuenta los daños que produce la deforestación, la contaminación del aire, la contaminación del agua, el calentamiento global, el desequilibrio ambiental. Al fortalecer la conciencia ambiental se conseguirá que las personas actúen con una mejor actitud crítica ante la afectación a la naturaleza. Es indispensable reconocer la realidad ambiental en la que vivimos, al igual que identificar sus problemas, el entender los procesos sociales, históricos, ecológicos y económicos y la búsqueda de las soluciones. Hay que fortalecer la conciencia ciudadana. (O)