En las sociedades nórdicas y en las anglo-sajonas, la acción de mentir, por la razón que sea, es tomada como una falta grave. Los motivos para esta concepción son varios: religiosos, éticos, ancestrales y, entre ellos, uno que resulta de un enorme peso específico pues se considera que quién miente, si ha sido capaz de mentir, es capaz de cometer cualquier otra fechoría. En los países del guineo, en cambio, el mentir se ha vuelto, casi casi parte de nuestra idiosincrasia y hasta se podría llegar al extremo, por ejemplo, en el campo político, que quién no miente o es un ingenuo o es un pendejo.
Los coletazos post electorales en el país son una muestra de ello. Acusaciones entre miembros de un mismo partido, desafiliaciones jurando que es por el bien de la patria, partidos que se quedan sin directivos, partidos que ganan nuevos asambleístas, surgimiento espontáneo de candidatos a la presidencia y vicepresidencia de la asamblea, aparecimiento de amores escondidos, denuncias de unos funcionarios públicos que han sabido ganar sueldo sin ir a la oficina, descubrimiento de que quienes se autoproclamaban los reyes de la transparencia han sido unos “ascos”, traiciones inéditas e inesperadas como las de la “ay la Pame”, “mi coronel” convertido en la nueva vedette de la farándula legislativa, míster “vidrio” de cuerpo entero en su flamante faceta de “galán de balneario” y casi siempre, de por medio, una que otra mentira sazonando nuestra azarosa vida comunitaria.
Y como los males no vienen solos. He ahí que don Nahib Bukele también nos ha tenido guardada una sorpresa. Luego de una exitosa lucha contra las bandas narcodelictivas en El Salvador, acaba de lanzar su candidatura a la reelección presidencial. El hecho no revestiría ninguna trascendencia especial, si no fuera por en “pequeño” detalle, y es que la Constitución de El Salvador prohíbe expresamente la reelección presidencial inmediata. Don Nahib entonces, ni corto ni perezoso, ha “manejado” una resolución de la Corte Suprema de su país que le permite participar en las próximas elecciones, ganarlas a lo mejor e irrespetar la Constitución flagrantemente. (O)