Palabra herida tras el atardecer

Aníbal Fernando Bonilla

El destino en el destello del poema, la primavera antepuesta a la ausencia, el invierno como fantasma del pasado, la ilusión frente al tiempo venidero, la estética reflejada en el mutismo y el ocaso del placer, la memoria pugnando entre el desaliento y el olvido, la fugacidad de los días, el viento que sopla como sutil aroma en el atardecer final, la felicidad efímera y la penumbra contraída en el llanto; de aspectos similares ilustrados a partir de la apropiación del verso, Rocío Cardoso (Uruguay, 1955) intenta responder en sus libros: Detrás de esa máscara, Verde Mburucuyá, Mujer dibujada de silencios, entre otros.  

Los temas en tratamiento reiteran la plenitud de la condición humana: muerte, amor (que “no es solo parte del paisaje”), desaliento, dolor, incertidumbre, sueños, recuerdos, se muestran vitales en la lírica expuesta. Es la profunda significación de la vida, con sus pesares y controversias, con sus enigmas y rastros trascendentes. Cardoso se inmola con los quebrantos y pasajes marchitos, pero también, se conmueve con la contemplación y la luz de ángeles. Su voz es, por supuesto, tempestad erótica, quien con la cadencia del oleaje se regodea en gemidos de salitre: “Te amparo en mis riberas / y tus manos se aferran / a mi desnudez / entre sábanas / con efluvio de pasión / donde mi cuerpo es menos frío / y mi rostro / se ilumina con los amaneceres. // […] Mis caderas / son salvaje asimetría / al oeste de mi sexo.  // Aguardo / tu piel de golondrinas / para fundirme en tus besos”.

Poemas que poseen simbología entre el agónico latir y la conspiración del mañana. Emergen del vacío como espejismo, aunque parezca una alegoría de rostros de la tierra nuestra y de siluetas nocturnas. Los textos de Cardoso son la expiación de su sombra, y a la vez, un fuerte grito de alerta ante el maltrato femenino y la decadente imposición patriarcal, asunto que a ratos socialmente se observa indiferente, cuando debería ser causa común de indignación, anhelando frente a esta actitud violenta rasgos de emancipación: “Y otra vez, / el espejo le devuelve / un rostro amoratado / que no puede gritar. / La humillación / la abandonó a un lado, / sin advertir que fue la clave / que se negó a escuchar. / Al amanecer / emigra con las gaviotas / en busca de su propia libertad”.

Esperanza compartida a través de la incesante profecía poética: “Todo ha cambiado, / vibraciones, / presencias. / Algo de mí seguirá vivo, / palpitando / en el contorno de esta casa”. (O)