Cuenca se caracteriza por tener alcaldes cuya capacidad administrativa, esfuerzo, calidad humana y brújula visionaria lo han puesto al servicio de la ciudad.
En la balanza de la evaluación, lejos de animosidades y lisonjas, pesa más lo positivo.
Gobernar una ciudad como Cuenca, no solo requiere del compromiso ciudadano y amor por el terruño, sino de talento, apertura al diálogo, aceptar la crítica, capacidad de gestión, visión y conocimientos para planificarla, ética y transparencia, talante para compenetrarse con las necesidades de la gente, y, al mismo tiempo, una alta dosis de resiliencia.
La lucha política por captar la Alcaldía no está libre de confrontaciones y profundas rivalidades; pero tras ganarla, predominan los intereses de Cuenca.
La ciudad está por encima de cualquier rivalidad electoral, partidos, movimientos o anhelos personalistas. Así lo han entendido todos los alcaldes, y por eso la capital azuaya es un referente nacional.
Cada burgomaestre ha puesto su sello. Se fajó por Cuenca aun en condiciones adversas, entre ellas las económicas, consecuencia de un manejo del Estado con tintes centralistas y hasta regionalistas.
También han cometido errores de todo bulto. Los cometen quienes se lanzan al ruedo; también por no actuar, en algunos casos, con cabeza fría; o por querer hacer lo mejor, tropezaron.
Cada quien tendrá su propio punto de vista respecto de la gestión de cada alcalde; pero la ciudad tiene las mejores calificaciones en el país, aun en lo internacional. En gran parte debe ser por sus ejecutorias. ¿O no?
Valga esos antecedentes para valorar el gesto del alcalde Cristian Zamora al invitar a sus antecesores a la sesión solemne para festejar a Cuenca por sus 203 años de independencia y develizar sus retratos en el Salón de la Ciudad.
Excepto Pedro Palacios, estuvieron Xavier Muñoz, Fernando Cordero, Marcelo Cabrera y Paúl Granda. Un gran gesto por asistir, demostrando caballerosidad y sensatez; igual el del actual por invitarlos.