Hay varias formas de saber que un pueblo está entrando en un proceso de decadencia, por ejemplo, cuando comienza a perder, o peor aún, distorsionar las expresiones populares que le daban carácter. Y me quiero referir al tema de los grafitis. Sí, los grafitis. ¿Poque razón? Porque el grafiti alguna vez cumplió una función. Si ya lo sé, eran agresiones a la propiedad ajena, y sin embargo, en alguna época, fueron una forma de catarsis para una sociedad que se negaba a entrar al rebaño, que aún formaba en las filas de la resistencia.
El transcurrir por la Cuenca de los 90’s y mirar, en una pared cualquiera, una frase afilada, brutal, que podría decir: “vivimos la resaca de una orgía en la que nunca participamos”; una denuncia al sistema: “hasta cuando seremos los pacíficos dueños de tanto absurdo”; un girón de amor y existencialismo que decía: “espérame desnuda entre los alacranes, que yo llegaré con el veneno en la sangre…”, pinceladas de rebeldía, instantes de cuerda floja, momentos fugaces de poesía, la belleza del grafiti social, latinoamericano. Todo, todo eso se ha perdido.
Hoy, camino por la ciudad y encuentro grafitis que no pasan de un garabato carente de sentido, trazos retorcidos que evocan la siniestra identidad de las pandillas o simplemente evidencian el deseo de manchar, corromper, afear. Grafitis parecidos a los de las grandes metrópolis norteamericanas, ciudades sin memoria, aletargadas por el consumo, sin nada que decir. ¿Realmente es tanto el deseo de convertirnos en una caricatura de otros pueblos que nada tienen para enseñarnos?
Decenas, centenares de agresiones a la estética que mayormente se manifiestan en nuestras áreas patrimoniales (nuestra querida Calle Larga hoy es un espectáculo lamentable) y que, en este punto, francamente, se van convirtiendo en un problema de ciudad que requiere la intervención inmediata del municipio y los entes de control. Una intervención para salvaguardar la integridad de la propiedad privada, de esos propietarios que cada vez que pintan (limpian) su pared, no hacen más que preparar el lienzo para la siguiente agresión. Una intervención para dar por terminado este triste proceso de decadencia. (O)