La octava maravilla del mundo

Las comunicaciones telegráficas terrestres se extendían tanto en EE.UU. como en Europa, en 1840. La idea de un cable transatlántico que conectara a Europa con América surgió en 1842, con Samuel Morse, que realizaba experimentos para el tendido de cables submarinos. En 1843 Morse afirmó que, aunque pareciera algo improbable, sería posible comunicarse telegráficamente a través del Atlántico. En 1850, a través del estrecho de Dover, Francia e Inglaterra estuvieron conectados con el primer cable submarino. Las ventajas que esta nueva forma de comunicación tenía frente al correo tradicional -una carta entre Europa y EE.UU. tardaba en llegar unos quince días- hizo que se lanzara un plan para tender 4.000 km de cable a una profundidad de 4.000 mts en el Atlántico.

En 1857, dos barcos de guerra modificados: el US Niágara y el Agamenón, llevaron cada uno la mitad del cable que ensamblarían en medio del océano. Cuando el Niágara estaba en una zona con una profundidad de 3.600 mts, el cable se partió debido al oleaje fuerte y se interrumpió la misión. Pese a este fracaso, se encargó la fabricación de más cable. Se intentó sucesivamente sin ningún resultado halagador. El Atlántico tempestuoso les jugaba una mala pasada.

Cuando la incredulidad se había apoderado de la mayoría, se hizo una nueva prueba. En julio de 1858 se pudo realizar el empalme en un mar sorprendentemente tranquilo. Los navíos se separaron y fueron desenrollando el cable. El 4 de agosto tanto el Niágara como el Agamenón atracaron, casi al mismo tiempo, en sus destinos opuestos. Fue todo un éxito. Sólo quedaba conectar el cable submarino con la red terrestre.

El cable fue considerado “la octava maravilla del mundo”. Sin embargo, los mensajes se transmitían con una lentitud considerable. Se necesitaban dos minutos para transmitir una sola letra. Para aumentar la velocidad de la comunicación se aplicaron voltajes excesivos que dañaron rápidamente el cable, apenas tres semanas después de su inauguración.

No fue hasta ocho años después cuando, tras múltiples intentos y dificultades, que se tendió un nuevo cable transoceánico. La velocidad de este era ochenta veces superior a la de su predecesor. Ambos continentes se conectaron, por primera vez, de forma duradera y efectiva. Gracias a estas tuberías ocultas en el lecho de los océanos, todos estamos a un clic de distancia. (

CMV

Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.

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