La ceguera de este mundo
¿Qué empuja al hombre a la ambiciosa competencia por el éxito material, tan cercano a los linderos del poder? ¿Qué instintos despiadados promueve aquella descarnada manera de atropellar al indefenso en pro del bienestar particular, yendo en detrimento del buen vivir colectivo? ¿A qué formas de concebir el progreso estamos expuestos, si la intolerancia, la xenofobia, la misoginia, el destierro, la persecución por pensar o creer diferente, se reproducen ante el aplauso -o al menos el quemeimportismo- de las multitudes despistadas frente a una pantalla de celular?
El siglo XXI, en donde el apogeo del posmodernismo se expande en páginas abundantes de análisis, concibe en su seno un brutal accionar que tiñe de sangre las fronteras estatales, e incluso las calles citadinas. La paz es apenas una entelequia, un término llamativo para los foros oficiales. La guerra sigue con su imparable trayecto infernal cuyo destino es impredecible. Mientras el hambre campea en países del subdesarrollo, hay empresas transnacionales de alimentos que prefieren desechar antes que donar ciertos productos que han perdido su valor comercial, pero que aún son susceptibles de consumo. Asimismo, en los enormes supermercados se hace uso dispendioso del plástico, con lo cual se muestra la desidia frente al impacto por el ecosistema.
Impera un individualismo enfermizo, al estilo del “sálvese quien pueda”. A ratos con sutileza, y, en otras, con torpeza el Ser demuestra su afán -poco generoso- de ir por encima del otro/a, con la finalidad de alcanzar su solitaria satisfacción. ¿Y los demás? ¿Y el sentido de la solidaridad que funda la condición elemental de la comunidad, desde la época de su primitivismo?
En Ensayo sobre la ceguera (1995), José Saramago relata los efectos mortales del “mal blanco”, una pandemia que se reproduce en un país sin nombre, cuyos personajes son igualmente anónimos, quienes pierden la vista. En tal drama, con confinamiento de por medio, esos habitantes no sólo que carecen de la capacidad de ver, sino de la noción del raciocinio en la desconcertante actitud de sobrevivencia. O sea, de los primeros síntomas que trajeron incertidumbre, pero sin perder la cordura y el apoyo mutuo, se escenifican -a lo largo de la novela- episodios escabrosos, escatológicos e impensables en otro momento, develando la miseria del Ser en toda su magnitud. Los protagonistas no sólo que están ciegos en su condición física, sino, además, ciegos en las interioridades del alma.
De esta apreciación no menos distópica planteada por Saramago, ¿será acaso que el mundo actual se encuentra igualmente enceguecido ante la insensata supresión de los valores? Es imprescindible entonces abogar por la dignidad humana. (O)