El excéntrico, ultraliberal en lo económico, analista en televisión y nuevo en política, Javier Milei, rompió la hegemonía del kirchnerismo, vinculado al peronismo, y se convirtió en el nuevo presidente de Argentina.
Tildado de radical, sin aspavientos cuando habla de política, economía y hasta del Papa Francisco, analistas y sus contrincantes lo sitúan en la nueva derecha o ultraderecha.
Sea como sea, es la antípoda de la corriente política, económica y social del Siglo XXI, dominante en Argentina en las dos últimas décadas, excepto cuando fue presidente el derechista Mauricio Macri, de no muy gratos recuerdos.
Tan pronto conocer su triunfo, Milei declaró el fin del “modelo empobrecedor del Estado omnipresente”, llegando a considerarle como fuente de pobreza y hasta de fomentar el robo.
De allí sus propuestas radicales: recortar de manera drástica el gasto público, reducir y reordenar el tamaño del Estado, sobre todo dolarizar la economía, uno de cuyos golpes será cerrar el Banco Central, y, por consiguiente, sacar de circulación el peso argentino, devaluado hasta el extremo.
Milei pidió asesoramiento al expresidente Jamil Mahuad, el responsable de la dolarización, justo cuando la hiperinflación amenazaba con liquidar la economía del Ecuador, a pique tras el feriado bancario, e implicó entregar brazadas de sucres por medio puñado de dólares, si bien a la postre el sacrificio dio buenos resultados.
Una decisión de esa naturaleza, considerando la escasez de dólares, claves para el respaldo, bien puede ser traumática en un país con la inflación más alta de Sudamérica, acosado, además, por la extrema pobreza y la corrupción.
Milei toma un país con serios problemas. Además de los anotados, con una abultada e impagable deuda externa, y donde los experimentos pueden estallar si no se los aplica tomando los debidos recaudos.
Un duro y complicado reto le espera al nuevo mandatario argentino.