El Presidente Daniel Noboa comienza su administración, o pretende hacerlo, a la carrera, y por hacerlo sufre los primeros tropezones.
Actuar con serenidad y sapiencia, respetar la Constitución y el ordenamiento jurídico, no pasa por ser joven o veterano, pragmático o idealista, anti nada o sólo pro, sin prejuicios o suspicaz, dejarse o no atrapar por los “viejos esquemas”.
No, absolutamente nada de eso. Y lo debe saber; o deben hacerlo entender. Caso contrario terminará mareándose pronto y por completo.
Haber, en la práctica, dispuesto una especie de destierro de la Vicepresidente Verónica Abad, enviándola en “misión de paz” a una zona de guerra declarada como lo está Israel, resulta grotesco e inhumano, revela bajeza moral, amén de querer trapear con la Constitución a su compañera de fórmula, más allá de las desavenencias, desplantes y antipatías, conocidas por todo el país.
Según la Constitución, la Vicepresidente debe cumplir con las delegaciones encomendadas por el Presidente. En principio fueron las de trabajar a favor de los migrantes; luego, de manera súbita, la envía a Tel Aviv “a colaborar con los esfuerzos internacionales para detener la guerra entre Israel y Palestina”.
Tamaño despropósito. ¿Cuál puede ser el rol de Verónica Abad en ese conflicto, donde ronda la muerte y el extremismo; ni siquiera el Consejo de Seguridad de la ONU puede hacer mayor cosa? ¿Acaso Israel pidió al Ecuador esa intervención?
Y, de paso, Noboa ha dispuesto la reestructuración inmediata de la Vicepresidencia, a pretexto de la austeridad en el gasto público.
Tan precipitada decisión le ha merecido razonadas críticas. No es para menos. ¿Hay algo soterrado en esa decisión? ¿Forzar la renuncia de Abad, a lo mejor?
Ella, según jurisconsultos, puede presentar una acción de amparo o acogerse al derecho a la resistencia.
Rectificar es parte de gobernar. Ecuador requiere de un estadista. Ser parco, no implica ser prepotente.