Hace unos días recorríamos, con Bolívar Cárdenas Espinoza, un complejo arqueológico de gran magnitud, en una zona agreste de ladera y bosque, en las cercanías de la ciudad de Azogues, estructuras constituidos, fundamentalmente, de cimentaciones, paredes y muros de diversas formas y proporciones que, a decir de expertos, podrían ser testimonios de la presencia, en nuestra región, de la cultura Huari o Wari del Perú.
Este acontecimiento, necesariamente, lleva a reflexionar sobre la riqueza arqueológica de la región en contraposición con la poca importancia que reciben de los organismos llamados a su conservación, lo que nos lleva a hacer un breve inventario de cuántos de estos sitios han sido destruidos ante la decidía oficial. Y recordamos los vestigios de Sumaypamba en dónde, a decir de vecinos del lugar, las piedras fueron llevadas en camiones para empedrar la plaza central; o del de complejo arqueológico de Dumapara, alguna vez convertido en cantera para trabajos del sistema interconectado, contaban; o la meseta del Pachamama, de dónde siempre tenemos noticias de invasiones y ampliación del área construida; enterrado y convertido en áreas de cultivo los “monumentos funerarios” de Zhinlliag en Corpanche Checa; que decir del Camino del Inca en segmentos aún conservados cercanos a nuestra ciudad, totalmente abandonado entre Llacao y la Portada del Pacchamama o, invadido en el sector de Apangora-Challuabamba en la parroquia Nulty. Y, así, podríamos seguir ampliando este inventario de indiferencia ante los sitios arqueológicos de nuestra región.
Creemos que la solución, en parte si no definitivo, a esta situación de abandono de estos bienes culturales, podría venir desde lo local, en la medida en que los gobiernos locales asuman su rescate y puesta en valor como espacios de interés comunal con fines de identidad, educativos, ambientales, recreativos o turísticos ahora que este aspecto está en boga y el turismo aporta significativamente al desarrollo de los pueblos. (O)