¿Inventamos las tijeras?

David G. Samaniego Torres

Hace algunos años decía a mis alumnos: ´voy para viejo’. Hoy, cuando me encuentro con ellos digo: ‘como viejo que soy’. No por nada escuché alguna vez: ´Todos los cambios, aún los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía’. ¿A qué viene esto?  Su posible inquietud, amables lectores, tiene su razón y voy a contestarla. Que todo cambia en la vida, no es tan cierto. Hay dictaduras que se hacen eternas. Hay caudillos que siguen siendo indispensables, necesarios. Hay tendencias políticas que con las armas controlan conciencias. Existen estas y otras realidades que demuestran que no todo cambia, inclusive aquello que debería cambiar y que anhelamos que cambie.

Si alguien niega esto, me atrevo a pensar que, ese alguien no pertenece al reino terreno, que quizá se trate de un arcángel con disfraz humano. No repaso los diez mandamientos ni otros preceptos. A mis lectores les invito a reexaminar sus conciencias. Yo, en una edad biológicamente avanzada, aún siento la tentación de adentrarme en caminos no aptos para todo corazón y repasando la vida me catalogo como un luchador: no siempre triunfé, pero hubo el intento de hacerlo. He oído muchas veces que los ecuatorianos inventamos las tijeras. No lo creo porque estas, de formas y materiales diversos, acompañan a la humanidad desde su origen. Alguna razón para el chisme debe existir.

Las tijeras a las que aludo no son visibles, si perceptibles.  Quien más, quien menos, hemos ´tijereteado’ el honor ajeno, con bromas cuando éstas no lo eran para los aludidos, con grotescas faltas a la verdad sobre personas e instituciones, con rumores portadores de conjeturas y con un sinnúmero de pasos atrevidos por los linderos donde residen la verdad y la mentira.

Uso los renglones que siguen para los miembros de los medios de comunicación y comienzo con esta frase: si es perjudicial la calumnia a nivel personal, imaginémonos el daño que causa toda conjetura, interpretación, alusión, rumor y otras maneras semejantes cuando se difunden y crean en la población falsas expectativas o se publicitan juicios de valor infundados. Hoy por hoy se prefiere el mal con prelación al bien que también existe. Las primicias -la enfermedad de ser los primeros en dar una noticia- crea un ambiente tenso en una población cargada de sobresaltos y proclive al deleite cuando ´los cueros salen al sol´. Recapacitar nunca está por demás. (O)