Eutanasia

Hernán Abad Rodas

En el mes de abril del 2001, senadores holandeses aprobaron una ley que legaliza la eutanasia, convirtiendo a Holanda en el primer país que adoptó esa decisión respecto a la controvertida práctica médica.

Yo defino a la eutanasia como el hecho de dar muerte a un ser humano, no para castigarlo, sino en un acto de misericordia.

Una persona que está en su sano juicio puede desear morir y puede pedir que le quiten la vida, porque le es intolerable continuar viviendo; situaciones de desamparo extremo o de incapacidad pueden hacer que la vida sea intolerable, o bien, una persona puede sentir que es incompatible con su propia dignidad ser una carga para otras personas ¿debería rechazarse la petición de esta persona de que se ponga fin a su vida?

La cuestión es mucho más difícil en el caso de una persona que esté sufriendo de manera intolerable, física o mentalmente, pero que no está en su sano juicio.

Si admitimos que la eutanasia debería aplicarse en ciertas circunstancias, convengo en que es innecesario malgastar esfuerzos para mantener con vida a personas irremisiblemente enfermas los llamados vegetales humanos; cuyos cerebros ya no funcionan, aunque la ciencia médica tenga la capacidad de prolongar esas vidas y aún, cuando ya no exista ninguna posibilidad de aplicar un tratamiento eficaz, porque siento que un ser humano que ha llegado a tal extremo, ya no se comporta como tal humano y, en cierto sentido, ya está muerto.

La ciencia médica descubrió medios antes desconocidos de mantener vivas a personas mortalmente enfermas. ¿No es un abuso emplear estos recientes conocimientos técnicos, para extender vidas, cuya prolongación es, no misericordiosa, sino despiadada? En semejantes circunstancias, lo razonable es seguramente dejar morir al paciente. Pero si dejamos morir a una persona cuando tenemos el poder de mantenerla viva. ¿No equivale esto a condenarla a muerte? He ahí el dilema.

Toda vida es un receptáculo que contiene el más valioso de los tesoros. Desde luego que es imposible una prueba objetiva de la continuidad eterna de la vida. Por consiguiente, las actitudes que adoptemos frente a la eutanasia deben ser una cuestión de fe, la vida misma tiene un valor que no reconoce equivalente; y, más allá de ese valor, es doblemente preciosa porque la naturaleza divina está latente en ella.

Como médico, cuando he podido salvar la vida de alguien, me siento volar como un pájaro por encima de los bosques y de los valles serenos envuelto en un velo de paz y tranquilidad; y cuando algunos pacientes posan sus humildes manos sobre las mías para agradecerme, pienso que la vida es sólo una oscuridad que termina con el día al brillo del sol, si alguien abraza el alba en sus sueños creo que es inmortal. (O)