Un poco de cielo azul

CON SABOR A MORALEJA Bridget Gibbs Andrade

Stephen Hawking dijo una vez: “Recuerda siempre mirar a las estrellas y no a tus pies”. Observamos al cielo cuando no tenemos respuestas a algo o estamos abrumados; cuando oramos o simplemente cuando queremos relajar la vista y la mente con la hermosura de sus matices azulados. Contemplar el cielo nos ayuda a tener otra perspectiva de las cosas, a encontrar una paz inefable que nos da esa altura inalcanzable por el simple hecho de mirar el sutil movimiento de las nubes atravesando los rayos cálidos del sol. Y por las noches, el brillo de las estrellas y la elegancia de la luna nos hace sentir una conexión profunda con el Universo desconocido.

Cuando alzamos la vista y vemos cientos de puntos titilantes en aquel domo misterioso, nos sentimos pequeños e insignificantes ante la inmensidad y complejidad del Cosmos. Está comprobado científicamente que existen cerca de 400 mil millones de estrellas en la Vía Láctea, pero la mayoría de estas son inalcanzables para el ojo humano. Sin embargo, el cielo nos maravilla ya sea de día o de noche.

Según el erudito cosmólogo Carl Sagan, nuestra alma sabe que venimos del Cosmos. Quizá por eso es que nos gusta dirigir nuestra mirada hacia allá arriba, levantarla hacia lo alto, anhelando volver a nuestros orígenes. Finalmente, dice, estamos hechos de polvo de estrellas.

Un mapa sobre una roca es el primer dibujo de la Luna del que se tiene registro. Fue hecho hace cinco mil años en Irlanda. La historia cuenta que las primeras civilizaciones observaban las estrellas. Gracias a ello aprendieron a marcar con precisión las estaciones del año, a manejar la agricultura y a identificar y trazar los movimientos de los planetas.

En la literatura, la palabra cielo representa un “haz envolvente de paz y felicidad”. Y a las personas tiernas y sensibles a las necesidades de los demás, se les dice, “eres un cielo”.

Cuando miramos al firmamento es como si abriéramos una ventana estelar que a los pocos segundos tiene el poder de apocar nuestra arrogancia y egocentrismo ante la grandiosidad del Universo.

Mirar al cielo nos ayuda a reconocer quienes somos y nos hace sentir un profundo agradecimiento por lo que tenemos. Por eso, una bóveda celeste, despejada, deja impresa su paleta azul en nuestra mente y facilita un escenario ideal para relajarnos y sentirnos tranquilos. André Maurois, escritor francés, escribió: ¿Qué hace falta para ser feliz? Un poco de cielo azul encima de nuestra cabeza…

Que la felicidad nos invada cuando miremos al cielo. (O)