Con colchas y ropa en mano, y con los artículos de valor, docenas de cuencanos anduvieron por las calles de Cuenca, pensando en cómo salir de la ciudad, a dónde ir. El motivo: tratar de sobrevivir a un terremoto que se avecinaba. Era la noche del tres de noviembre de 1985.
En la tarde de aquel día en que se celebraba un año más de independencia ya había llegado el rumor de que la provincia del Azuay se iba a sacudir por actividad sísmica augurada. De hecho, había hasta una hora del tal suceso: las tres de la madrugada del cuatro de noviembre.
Lo que empezó como un comentario sin fundamento se extendió por la ciudad pequeña. Entonces la población se volcó a sus casas, agarró sus pertenencias más preciadas, y buscó un sitio en dónde protegerse del terremoto que estaba por destruir a Cuenca.
Los que tenían carro dejaron atrás la ciudad por todas las salidas disponibles. Camionetas, carros pequeños y grandes, cuyos asientos fueron ocupados en su totalidad, se vieron en las vías.
Los que no tenían medios de transporte optaron por ir a los parques y a las calles anchas, como la avenida Solano y la Circunvalación. Otros, en cambio, acamparon en las orillas del río Tomebamba. Allí encendieron fogatas para soportar el frío de noviembre.
Llegó la noche, llegó la madrugada del cuatro noviembre. El reloj dio las tres de la madrugada. Y ni una sacudidita. Los cuencanos, como se dice coloquialmente, se quedaron con los churos hechos. Dicho evento, seis días después, sería llamado “La noche de los giles” por parte del periodista Edmundo Maldonado.
Registros
Diario El Mercurio recogió los hechos ocurridos entre la noche y la madrugada del tres y cuatro de noviembre de 1985 a través de un artículo titulado “Falso rumor de terremoto ocasionó pánico en Cuenca”.
En el texto se narró cómo los cuencanos, desde la tarde, ya había empezado a abandonar Cuenca a raíz de un rumor que fue difundido por una radioemisora de Guayaquil. En la radio, los cuencanos escucharon que la tierra se iba a sacudir en la madrugada del cuatro de noviembre.
El miedo a lo que se había difundido ocasionó pánico en una gran parte de la población. En el Centro Histórico y en los barrios aledaños se veía cómo la gente salía de sus casas para tratar de “salvarse”.
Pero no ocurrió nada. Ello ocasionó que días después, El Mercurio escribiera editoriales y artículos en los que periodistas y autoridades insistían en que los terremotos no se podían predecir.
“Cuenca y los cuencanos vivieron en la noche del domingo y en la madrugada del lunes una amarga experiencia que debe ser evitada en el futuro…Hace falta una información mayor acerca de los fenómenos naturales y su realidad. Con esa información, no hubiesen tenido tanto éxito los rumores”, se escribió tres días después del suceso.
Desde Guayaquil también hubo un pronunciamiento por parte del Instituto Oceanográfico de la Armada del Ecuador, en el que negaban de tal suceso, y en el que, asimismo, se había agregado un posible maremoto.
Sin embargo, en cuanto a eventos naturales se refiere, absolutamente nada ocurrió en Ecuador. Lo que sí ocurrió es que días después se tildaría de “giles” a aquellos cuencanos que buscaron salvarse del terremoto.
La noche de los giles
El 10 de noviembre de 1985, cuando ya no se hablaba del hecho del tres y cuatro de noviembre en los medios de comunicación, en la página editorial de El Mercurio se publicó “La noche de los giles”, un artículo de opinión cuya autoría rezaba José Ignacio Sáenz de la Barra.
Para quienes son lectores, el autor le podría parecer el personaje de la novela El otoño del patriarca, de Gabriel García Márquez. Para los lectores de esa época, sabían muy bien que ese José Ignacio era el seudónimo de Edmundo Maldonado, un reconocido periodista cuyos textos eran inigualables.
En La noche de los giles, Maldonado no hizo sino que sentenciar a los cuencanos que fueron parte del tumulto asustado por un terremoto que nunca pasó.
A través de su texto largo, que ocupó dos páginas de El Mercurio, Maldonado, con su capacidad humorística e irónica, se burló de los personajes que salieron a las calles, de los ateos que se volvieron creyentes, de los hombres y mujeres que pidieron salvación.
“Las tres, el terremoto no llega, seguro no hay presupuesto porque todo se ha gastado en los décimos juegos bolivarianos. Así es con Cuenca, ni un terremoto bueno puede tener…”, escribió Maldonado.
La noche de los giles quedaría sentenciado, a tal punto que en el futuro se interpretaría en distintos espacios y a través de diferentes medios lo sucedido en noviembre de 1985.
Investigación
Entre las personas que investigaron el evento estuvo Verónica Puruncajas, quien escribió una tesis entre el 2012 y 2013.
Verónica había escuchado sobre La noche de los giles en las historias que contaba su abuelito los domingos. El suceso le llamó la atención y optó por investigar qué había pasado en noviembre de 1985 a través de la memoria colectiva.
Puruncajas tuvo la oportunidad de entrevistar a una centena de hombres y mujeres que habían visto o habían sido parte del alboroto provocado por un rumor.
Por medio de su tesis se encontró con tres posibles medios en donde empezó a hablarse del terremoto: desde Guayaquil, desde bomberos de Cuenca y Azogues, y una persona que, como broma, habría difundido el rumor.
Lo cierto es que la gente perdió la cordura, y ello lo narra Verónica en su investigación, que puede descargarse en la página web: https://dspace.uazuay.edu.ec/handle/datos/3791.
“Pude conocer el caso de una persona que había salido a pedir perdón en el barrio, porque era una persona que no se portaba bien. Pero después de que no pasó nada, tanta fue la vergüenza que esa persona se tuvo que cambiar de barrio”, contó Verónica a diario El Mercurio.
Sea como fuere, el evento marcó a Cuenca, y aún más con el artículo de Maldonado que quedó registrado en las páginas de este medio, que en estos 99 años ha publicado las historias positivas, negativas; anécdotas que hoy provocan risa, tristeza, felicidad; artículos que continuarán en este camino al siglo de informar a los cuencanos. (I)