El domingo pasado se cumplió el 75 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Luego del desastre de la segunda guerra mundial y de siglos debatiendo sobre los desafíos y necesidades sociales para asegurar a todos una mejor calidad de vida, pese a la Declaración Universal de las Naciones Unidas, las guerras, la discriminación, las taras de lo que se denominó el criminal nato se expanden con evidente colapso de la dignidad humana, solidaridad y justicia, por eso mismo sigue la búsqueda de un mundo mejor, de sentirnos seguros, tan seguros como poder caminar disfrutando de la paz de un ambiente social sano que solamente puede deparar el respeto a la vida, a la honestidad compartida y la buena fe del valor de la amistad y de la palabra sana y franca que abre los caminos de la conciliación para asirnos a los valores que unen y fortalecen por su transparencia y entrega al bien común.
Las guerras siguen matando y destruyendo. El más fuerte invade e impone sus condiciones de dominación, en sí mismo excluyente y malévolo. En Europa y Asia, África u Oceanía, no se diga América que pretendemos sea el continente de la cooperación y libertad, los tiranos, la corrupción y narcopolítica destruyen y aniquilan conciencias, haciendo de la ley un estropajo de la miseria delictiva.
Pesimista es el punto de vista de este comentario, pese a mi innato optimismo, más lo descrito es la realidad que sufre el mundo y nuestra sociedad con las cárceles convertidas en cuarteles de los delincuentes y las garantías constitucionales en instrumento de la impunidad al infringir a los Derechos Humanos autócratas y jueces carentes de probidad. El mundo marcha en contra vía de la sana razón que preserva y exalta a la vida, al trabajo y la libertad.
La dignidad humana sucumbe en la sinrazón amoral de la codicia. ¿Hasta cuándo? (O)