A hurtadillas, como una premonición, con pequeñísimas anticipaciones, se abre desde las primeras páginas de la novela “Antiguas caras en el espejo”, de Francisco Proaño Arandi, la idea de un crimen. Algunas palabras denuncian la acción: penumbra, intruso, puerta, cómplice, silencio culpable, extraño hombre, palabras que exhiben un proceso descriptivo singular. Se vislumbra con certeza, la figura de Gómez, el personaje “con su rictus indiferente de asesino”.
Entonces, familia, legado y crimen son realidades evidentes, en la trama novelesca, que van de la mano y que, desde sus distintos personajes se reflejan en el juego de espejos que enmarca el proceso narrativo. A lo largo de este proceso, se intercala una descripción de personajes, en su porte clásico, tradicional, inscritos en espacios igualmente usuales y renovados y en momentos, se registra el goce de la tradición. Si la trama novelesca se urde con enorme atractivo y consistencia, la configuración del lenguaje es tan apropiado y selecto que, al usar la dimensión metafórica y la adjetivación precisa, el uso afinado de las palabras, hacen de esta novela un verdadero juego de espejos, tal como lo concebía Borges, para captar al lector y confundirlo en medio del proceso narrativo.
El uso del lenguaje en esta novela de Proaño Arandi está muy bien lograda, se presenta selecto y preciso, constituyendo uno de los resultados más destacados en este texto narrativo. Es esta, una novela que permite recrear su proceso argumental, a través de diversos juegos de palabras y de los distintos recursos novelescos, tan bien aprovechados por su autor.