Una curiosa actitud que permea diversos aspectos de la existencia humana es lo que quiero llamarle «Fuga Escatológica», fenómeno que se manifiesta en individuos que, lejos de abrazar sus responsabilidades y compromisos, optan por diferirlos indefinidamente, creyendo de manera equivocada que su cumplimiento puede postergarse. “Ya habrá tiempo para hacerlo”, dicen. Esta tendencia afecta no solo la esfera individual, sino también la social y espiritual.
En la cotidianidad, muchos individuos caen presa de la fuga escatológica en su vida familiar, social y laboral. En lugar de abordar de manera proactiva sus responsabilidades, optan por postergar y postergar siempre, creyendo ilusoriamente que el tiempo se encargará de resolverlo todo. Esta mentalidad puede conducir a una acumulación de tareas pendientes, generando estrés y descontento tanto en la esfera personal como en la profesional.
En el ámbito espiritual, encontramos una paradoja similar. Algunos cristianos, malinterpretando el mensaje evangélico consideran que la promesa de la felicidad plena y eterna al final de la existencia descuidan las responsabilidades terrenales. Este malentendido lleva a una falta de compromiso en la construcción del “Reino de Dios”, es decir, en la construcción de un mundo más justo, pacífico y amoroso en el presente. Pero la espiritualidad, lejos de ser una excusa para la postergación, debería ser un motor que impulse la acción positiva en el mundo. Los valores fundamentales de justicia, paz, amor y libertad, que son esenciales en todas las religiones y filosofías de vida, requieren una aplicación activa en la vida diaria.
Para contrarrestar esta tendencia, es imperativo cultivar desde muy temprano una mentalidad de responsabilidad y compromiso. En la vida diaria, esto implica abordar las tareas y responsabilidades con prontitud, reconociendo que el tiempo no es una entidad maleable que puede manipularse según nuestras conveniencias. En el ámbito espiritual, implica entender que la fe no es un escape de las responsabilidades terrenales, sino una guía que nos insta a contribuir positivamente al mundo que habitamos. Solo entonces podremos aspirar a construir una sociedad en el que la justicia, la paz, el amor y la libertad no sean meros ideales, sino realidades palpables.