Hubo un tiempo en el siglo pasado que, en el centro de Cuenca y sus alrededores, entre la víspera de Navidad y Carnaval, confluía una serie de pasadas. Los grupos religiosos, las iglesias, las parroquias rurales y los creyentes se organizaban de tal manera, que cada quien tenía su pase.
Entre aquellos que se organizaban estaba Rosa Palomeque, una cuencana que año a año pedía la imagen del Niño a las religiosas de la Comunidad de Hijas de la Caridad para hacerle una pasadita en la Cuenca de antaño.
Se dice que en uno de esos años, a doña Rosa le negaron la imagen. Entonces, preocupada y triste, le contó lo sucedido a Miguel Cordero, vicario de la Arquidiócesis de Cuenca.
El sacerdote y Rosa tenían una buena amistad. Y precisamente esa relación y fe que tenía la cuencana llevó a Cordero a prestarle una imagen de su propiedad que, sin saber ninguno de los dos, transformaría a la ciudad cada 24 de diciembre: el Niño Viajero.
El título de viajero le pondría la propia Rosa en 1961, año en el que la imagen estuvo por España, Italia, Egipto, Palestina, y que, antes de su retorno a Ecuador, sería bendecida por el papa Juan XXIII.
En su regreso, Rosa nombró a la imagen como el Niño Viajero, un nombre que desde aquel entonces empezaría a ser conocido en Cuenca.
La fiesta crece
Al principio, en las primeras pasadas que hacía Rosa Palomeque con la imagen de la Comunidad de Hijas de la Caridad había un “hilito” de gente, recuerda Carmela Llivipuma, su nieta.
Sin embargo, entre aquellos que se reunían para velarle al Niño y participaban del pase del 24 de diciembre, había mucha fe. Con chicha, comida y baile, los creyentes adoraban a la imagen.
“Mi abuelita hacía la pasada, y luego traían la imagen con la banda de música a la casa, en El Vado. Bailaban las amigas que se reunían, tomaban la chicha. Había mucha fe. De esos devotos quedan los hijos, y ellos, junto a mi mamá, le hacen grande a la pasada”, cuenta Carmela a diario El Mercurio.
Pero llegó un momento en que el Pase del Niño Viajero empezaría a tomar forma como se lo conoce hoy. Tras la muerte de Rosa en 1971, su hija, Rosa Pulla Palomeque, toma la posta de organizar la pasada.
Entusiasta y devota; amiguera y una mujer activa socialmente; creativa y hábil. Cada una de estas características llevarían a que Rosa Pulla convoque a cientos de personas cada año para organizar el Pase del Niño Viajero.
Una de las claves de la convocatoria era la invitación que hacía Rosa. Elaboraba, junto a los devotos, el “pan del Niño”, un alimento con diversas formas, diseños. Los panes se entregaban como invitación. Si alguien recibía el pan, estaba ya comprometido con la pasada.
El compartir la devoción, la fe y la alegría de reunirse, el Pase del Niño Viajero se convirtió en el “quinto río de Cuenca” por la cantidad de personas que participan año tras año en un evento único en su tipo.
Fiesta que autoconvoca
En el 2007 falleció doña Rosa Pulla, por lo que su hija, Carmela Llivipuma se quedó con la difícil misión de continuar con la pasada y con elaborar el pan para invitar a la gente a que sea parte de ella.
No obstante, ya en ese tiempo, el Pase tenía una organización propia. Los devotos y seguidores del Niño Viajero automáticamente, cuando se acerca el fin del año, ya se alistan y salen a las calles para adorar a la imagen porque la fe está impregnada.
“Hay temas religiosos y culturales que nacen de las entrañas del pueblo, y esto ha salido del pueblo. No es que un obispo hizo un gran decreto para que se realice la fiesta. Esto viene de abajo. Son las familias, la gente sencilla, las mujeres que empezaron a hacer este pase”, dice Marcos Pérez, arzobispo de Cuenca.
La organización del pueblo cuencano, liderado por las mantenedoras, ha llevado a que el Pase del Niño Viajero sea la fiesta más grande del Ecuador cada 24 de diciembre.
La chicha, símbolo de la fe que se tiene por el Viajero
Quienes conocen a Patricia Pulla saben que la fe que tiene ella, y la que tuvo su papá Cesáreo Pulla, es grandísima. La devoción llevó, primero al padre, y después a la hija, a elaborar la chicha, el complemento del Pase del Niño Viajero.
Cesáreo, que falleció en el 2022, fue hijo de Rosa Palomeque y hermano de doña Rosa Pulla. Su fe hizo que instaurará una tradición que hoy continúa con Patricia y con sus nietos: preparar miles de litros de chicha para repartirlos gratuitamente en la pasada del 24 de diciembre.
“En mi sangre llevo esa fe al Niño. Y eso he heredado de mi abuela, de mis papás, especialmente de ellos que nos han inculcado, nos han enseñado, nos han hecho ver que el Niño existe en cada momento de nuestras vidas”, dice Patricia.
La enseñanza, la creencia, ha promovido a que ahora, tras el fallecimiento de don Cesáreo, Patricia mantenga la tradición de elaborar la chicha que justamente hoy, 24 de diciembre, se está repartiendo entre aquellos que participen de la fiesta religiosa. (I)