A la Navidad en su más excelsa expresión original se la relaciona con la paz, ese estado mental y espiritual tan preciado y buscado por el hombre desde su creación.
Otro fuera el destino de la humanidad si todo cuanto se hiciera, pregonara y proyectara tanto en el plano individual como colectivo tuviera como eje la paz.
Para el mundo católico, aun para otras religiones nacidas de su tronco, la llegada de Cristo en tanto en cuanto Hijo de Dios implicó un mensaje de paz y amor.
Contradictoriamente en esta Navidad 2023, el mundo sigue en guerra. Como en toda guerra, hay muertos, inocentes los más, entre ellos los niños, miles de desplazados, destrucción y desesperanza.
En esos escenarios, los llamados a la paz, invocados hasta desde la impotencia, no encuentran eco.
Los conflictos alientan el odio, a las industrias de la muerte, es decir a los fabricantes de armas e impiden el desarrollo de los pueblos.
Miles de millones de dólares se esfuman en las guerras, mientras en gran parte del mundo aumenta la pobreza; escasean los alimentos, y hay una diáspora a lo largo y ancho de todos los continentes.
Valen esas acotaciones, a lo mejor no pertinentes para el momento actual, para seguir persiguiendo esa utopía; pues nada más desesperanzador para el hombre si no la busca, así en el camino sinuoso se encuentre con obstáculos.
En esta Navidad, justo cuando nuestro país pasa por etapas difíciles, llenas de miedo e intolerancia, de irrespeto a la vida, conviene imbuirnos de fe para encontrar la paz, para entendernos aun en medio de nuestras diferencias y allanar un camino de prosperidad para las nuevas generaciones.
Son tiempos en los cuales los hombres se desean la paz; con mayor razón en la familia, en la comunidad donde se vive; en fin, donde sea posible expresarla con sinceridad y decisión para alcanzarla.
Contrario a la vida de las luces navideñas, brillantes mientras no se las desenchufen, la de la paz debe durar para siempre en todos los corazones.
La Navidad y la paz
A la Navidad en su más excelsa expresión original se la relaciona con la paz, ese estado mental y espiritual tan preciado y buscado por el hombre desde su creación.
Otro fuera el destino de la humanidad si todo cuanto se hiciera, pregonara y proyectara tanto en el plano individual como colectivo tuviera como eje la paz.
Para el mundo católico, aun para otras religiones nacidas de su tronco, la llegada de Cristo en tanto en cuanto Hijo de Dios implicó un mensaje de paz y amor.
Contradictoriamente en esta Navidad 2023, el mundo sigue en guerra. Como en toda guerra, hay muertos, inocentes los más, entre ellos los niños, miles de desplazados, destrucción y desesperanza.
En esos escenarios, los llamados a la paz, invocados hasta desde la impotencia, no encuentran eco.
Los conflictos alientan el odio, a las industrias de la muerte, es decir a los fabricantes de armas e impiden el desarrollo de los pueblos.
Miles de millones de dólares se esfuman en las guerras, mientras en gran parte del mundo aumenta la pobreza; escasean los alimentos, y hay una diáspora a lo largo y ancho de todos los continentes.
Valen esas acotaciones, a lo mejor no pertinentes para el momento actual, para seguir persiguiendo esa utopía; pues nada más desesperanzador para el hombre si no la busca, así en el camino sinuoso se encuentre con obstáculos.
En esta Navidad, justo cuando nuestro país pasa por etapas difíciles, llenas de miedo e intolerancia, de irrespeto a la vida, conviene imbuirnos de fe para encontrar la paz, para entendernos aun en medio de nuestras diferencias y allanar un camino de prosperidad para las nuevas generaciones.
Son tiempos en los cuales los hombres se desean la paz; con mayor razón en la familia, en la comunidad donde se vive; en fin, donde sea posible expresarla con sinceridad y decisión para alcanzarla.
Contrario a la vida de las luces navideñas, brillantes mientras no se las desenchufen, la de la paz debe durar para siempre en todos los corazones.