Cuando los conquistadores españoles llegaron a este continente se admiraron de ver que sus fiestas católicas jesucristinas eran también celebradas por los autóctonos, en las mismas épocas que ellos, pero con diferentes nombres y adoración a otros personajes.
El cambio de estación (lo que conocían como Navidad) los pueblos precolombinos ya homenajeaban desde hacía milenios y en un entorno plenamente religioso y no fatuo y escandaloso como en Europa. El llamado Parto de la Reina del Cielo era algo más que una celebración simbólica. Motivo para agradecer a la Divinidad por el cambio de estación, prometedora de nuevas oportunidades y esperanzas. El Corpus Cristi, relacionado con el consumo de los dulces, en la zona andina lo festejaban como el Inti Raymi, fiesta actualmente atribuida al indigenismo del plano latinoamericano.
No está por demás mencionar que en tal el área de conquista en los mismos sitios en que la dominación española edificó iglesias, miles de años antes estaban templos religiosos. Es que aquí se conocía muy bien que la Creación mandaba de cuando en cuando, de tiempo en tiempo, seres de conciencia muy evolucionada con el objetivo de acelerar el perfeccionamiento espiritual en todo el mundo. Pruebas al canto: Zama, Viracocha. Adorados en su momento como verdaderos dioses, adelantaron a los pueblos originarios por medio de las artes, la medicina, códigos morales y científicos. Este cuadro se ha repetido en todo el mundo y en diversas etapas de la creación humana durante centenas de miles de años y se volverá a dar.
Fue la intolerancia fanática la que evitó que estas sanas costumbres religiosas de pueblos mucho muy patrimoniales continuaran y a través del látigo, la tortura y la muerte imponer una religión dedicada exclusivamente a la equivocada adoración de Jesús como único enviado celestial.
Hacer de estos días una celebración consumista más no es el objetivo, sentir y practicar felicidad y abrir el entendimiento para ver la realidad, sí lo es.
Paz inverencial. (O)