Santos Inocentes
No más pienso en el profundo y mortal dolor que causa la muerte de niños, niñas, y jóvenes, sean quienes sean, vivan donde vivan; pero más aún cuando su muerte se da por crímenes de guerra como ahora mismo está sucediendo en la Franja de Gaza, o por los crímenes del narcotráfico como sucede en nuestras calles y ciudades, o porque expulsados por hambre y violencia de sus países encuentran el fin de sus inocentes vidas en los mares, en los ríos, en los desiertos, en las fronteras, en las calles enardecidas de xenofobia, o porque mueren por desnutrición en un mundo que desperdicia millones de toneladas de alimentos, o porque son víctimas de miserables que trafican con ellos y de otros que los compran sin humanidad alguna, o porque niñas menores de catorce años se han convertido en madres víctimas de violación. Este doloroso y terrorífico déjà vu que estamos viviendo, desnuda a un mundo cuyos gobiernos actúan con hipocresía y doble moral, en un macabro juego de protervos intereses, cómo si no se explica que rechacen la ocupación de Rusia en Ucrania, pero no lo hacen frente a Israel, o por qué no se cuestionan sobre el altísimo consumo de drogas entre su población, o sobre el “legal” y el “ilegal” comercio de armas causa de tanta muerte y violencia, o por qué sigue degradando el medio ambiente a cambio de “progreso”. La muerte de un niño nos enluta a todos, todos somos familia. ¡Basta de matar a inocentes! (O)