Es extraño, sino uno lo piensa un poco. En navidad la gente se regala objetos, cuando lo que debería regalar es tiempo, que al final del día, es nuestro bien más preciado. Así que, entre los propósitos de año nuevo, va justamente ese: regalarle (y regalarme) tiempo con la gente que quiero. Recuperar el espacio para compartir una cerveza junto a un viejo amigo, menos horas de oficina, menos horas mirando el teléfono y más tiempo para un café con los viejos, miles y miles de abrazos con la Sofi, que es la razón de mis razones, y muchas mucha horas de cariño y la complicidad con la Gegi, ese amor innumerable que ha vuelto más agradecido con la vida.
Y claro, cuando se trata de elegir a la gente con la que compartir esta maravillosa jornada que es la vida, me gusta mucho aquella metáfora futbolera que utiliza Sachieri: en la vida hay que elegir como elegíamos de pelados antes de organizar un partidito de fútbol. ¿Se acuerdan? Dos capitanes, una línea trazada en el suelo, un equipo de cada lado.
Así que, en mi equipo para el 2024 no necesariamente quiero a los más hábiles. Más bien quiero de mi lado a los amigos, esos hermanos incondicionales que llevo siempre en el corazón ¿Por qué? Pues porque un equipo donde la gente se quiere es invencible. Y quiero a mi lado a los que son buena gente, a los que saben que la vida se termina y que lo único que tenemos es el presente. Quiero en mi equipo a los que no están a la venta y saben que un millón de billetes no compra un milímetro de dignidad. Quiero de mi lado a la gente que le gusta saludarte en la calle con un abrazo, los que te llaman simplemente para saber como estás. Quiero de mi lado a la gente con sentido del humor, la que puede reírse de sí misma. Y quiero, sobre todo, a los que miran el vaso medio lleno, a los que saben que la vida da revancha, a los de sonrisa fácil. Esos son los mejores… (O)