La primera sonrisa de un bebé, así como el dolor ante la muerte, son los gestos que marcan la aparición de la consciencia en el difícil camino raras veces aprendido, de ser hombres. Rituales y palabras, acompañan después, la eterna búsqueda del sentido de nacer y del morir.
El hombre ha asesinado a Dios, constituyéndose él mismo en un Dios, se ha arrogado el derecho, de interpretar el mensaje divino conforme a sus propias necesidades, intereses y pasiones. Muerto Dios, muerta la verdad, la justicia, la moral y la ética, no da lugar al renacimiento del humanismo; sino al nacimiento de actitudes neuróticas y narcisistas de prolongar la propia vida, el poder indefinido y el bienestar, a través de rituales de adoración cada vez mayores del propio yo.
Andamos errados si creemos que el olvido de las buenas costumbres y los supremos valores humanos como la libertad, la justicia, la dignidad, y todo aquello que cada cual atribuye a su tiempo, son vicios de siglos pasados. Son cosas de hombres y no del tiempo.
Somos fáciles a la atracción del mal, porque para ir hacia él, no nos faltan guías ni compañeros, por esto creo que mostró gran ingenio Epicuro cuando dijo: “puede el malhechor y el mentiroso, esconderse, pero no la confianza que pone en permanecer escondido”. ¿Por qué? La primera y mayor pena del delincuente y del mentiroso es haber delinquido y mentido, y ningún delito debería quedar sin castigo, aunque la fortuna y el poder político le adornen con presentes, aunque ésta lo defienda y lo proteja.
La violencia no es patrimonio exclusivo de terroristas sin alma, y, de un modo u otro, es parte de la vida de las sociedades modernas, de las falsas revoluciones. Hay violencia de “baja intensidad”, que se incuba cada día en las calles en las que rondan desempleados y mendigos sin esperanza, en las familias en las que el maltrato al débil, es pan de cada día, en los lugares de trabajo en los que imperan pequeños tiranos, en los gobernantes que dirigen a sus pueblos cubiertos con el velo del autoritarismo, el populismo, la demagogia, la agresividad, la prepotencia, la soberbia, la egolatría, y que mantienen bajos sus pies a una justicia en cautiverio del poder político y de la narco delincuencia.
En nuestra sociedad moderna, en donde hemos llegado a unos niveles de materialismo que nos arrojan cada vez más a un vacío existencial, a una constante ANESTESIA DE LA CONSCIENCIA y del sentido ético, que nos empuja día a día en una búsqueda que no termina, donde cada deseo genera nuevos deseos, y cada necesidad creada, crea nuevas necesidades.
“Cuando el hombre encuentra su lugar de reposo dentro de su corazón, en ese momento, hasta las estrellas toman su lugar preciso en el cielo” (Hong Yinming). (O)