” Lluvia en enero tranca al granero”, así interpreta la sabiduría popular a las abundantes lluvias que acompañan al primer mes del año, fenómeno atmosférico que alarma a la comunidad citadina y sorprende a las autoridades locales y alegra al agricultor y al campesino porque ancestralmente significa abundancia de la naturaleza sostenida por el milagro del agua, significa también reciprocidad astral porque hombre, tierra y fenómenos ambientales, hacen una unidad cósmica en correspondencia.
Decíamos, llueve el cielo en enero y la tierra le devuelve la abundancia de sus campos expresada en el verdor de sus cultivos, flores, frutos y pájaros; y la chacra, en todo su esplendor, es una promesa de abundancia para la felicidad del chacarero, del jornalero, del latifundista, minifundista y parcelero, de la ama en casa en la ciudad y en el campo, de la casera, de la abacera, de la revendona y mayoristas; sonríen los niños jóvenes y adultos; sonríe satisfecho el labriego y en su sonrisa cómplice de sabiduría ancestral va su reciprocidad con la tierra, con el cosmos y con el espíritu universal que le habita. No es casual que las mayores celebraciones en los pueblos andinos están regidas por el calendario agrícola como en todas las culturas agrarias del mundo.
Iniciamos enero y, como todos los años, con abundantes lluvias que incrementan el caudal de nuestros ríos, que es una bendición, después de una temporada de estiaje que nos llevó a un déficit de energía eléctrica con los clásicos apagones como solución inmediata; con inundaciones, deslaves y caída de eucaliptos en las orillas con el consiguiente pánico de transeúntes, motorizados y frentistas; con daño en el sistema vial y el consiguiente desabastecimiento de productos básicos y aislamiento regional, entre otros, pero todos, eventos previsibles y manejables con un adecuado plan de contingencia que año tras año se reclama y se ofrece. (O)
