En 1938, una adaptación teatral para radio, de la obra “Guerra de los Mundos” de H. G. Wells, causó conmoción en buena parte de la población que escuchó y creyó su transmisión. Un joven Orson Welles quien guionizó e interpretó esta adaptación teatral, descubría el poder de los medios de comunicación de persuadir y convencer a la población. Hechos similares se dieron en Quito unos 10 años después, cuya tragedia dejó muertos, heridos e innumerables daños por el incendio provocado en las instalaciones de la emisora. Ambos acontecimientos fueron la evidencia de la reacción de la masa cuando entra en pánico.
Estos hechos refuerzan la convicción sobre el rol e influencia de los medios cuyo contenido ahora circula en redes sociales y mensajes de WhatsApp. Información ficticia que puede ser tomada como verdadero y causar gran conmoción a pesar de su falsedad. Las autoridades locales han advertido del peligro de esta condición social generalizada que pone en riesgo la economía y la integridad emocional. Esto no quiere decir que se deba tomar a la ligera el estado de excepción y alerta que se vive en el Ecuador ante las intenciones de grupos delincuenciales organizados de amedrentar a la población, sino que hay que tomarlo con responsabilidad, evitando compartir la ficción que se sabe provocará más caos.
El pánico de masas puede generar también un efecto adormecedor en la conciencia social. Ante la difícil situación, las medidas tomadas en condición de guerra podrían impedir una vida como organización civilizada. Términos como objetivos militares, actos terroristas y número de abatidos son parte de declaraciones públicas sin ninguna pregunta por parte de la sociedad. Una cosa es preservar la seguridad de todos y todas y otra es dar lugar a la homofobia, al racismo, a la violencia institucionalizada. Como sociedad, una vez que se haya cruzado ese punto, quizá no encontremos retorno. Ante los desmanes que se ejecuten estaremos avergonzados de haber cedido lugar, bajo el dominio del pánico, a las peores atrocidades sociales.