La historia nos demuestra cómo en sus momentos más oscuros la fragilidad de la humanidad se ve reflejada no solo en las crisis que enfrentamos, sino también en cómo respondemos a ellas. Un aspecto preocupante de estos períodos difíciles es la propagación de discursos de odio, una amenaza que se alimenta del miedo y la incertidumbre, nos divide y nos enfrenta.
Susan Benesch y otros, en su obra Dangerous Speech: A Practical Guide (2018), exploran la conexión entre el discurso y la violencia grupal. Advierten que ciertas formas de expresión pueden actuar como catalizadores para la violencia, especialmente en momentos críticos, ya que, en situaciones de crisis, las emociones están a flor de piel, y es crucial ser conscientes de cómo nuestras palabras pueden exacerbar tensiones y contribuir a un clima hostil.
El año pasado la PUCE publicó el libro Hate Speech On Social Media, en el que abordan cómo las redes sociales influyen en la opinión pública, y cómo en tiempos de crisis, estas plataformas pueden convertirse en campos de batalla de ideas, alimentando la polarización y amplificando los discursos de odio, los mismos que con mucha frecuencia son fruto de la intolerancia, prejuicios, miedo e ignorancia.
Es crucial reconocer que la libertad de expresión no nos da licencia para decir cualquier cosa, recordemos que toda moneda tiene dos caras y que la verdadera libertad de expresión se basa en la responsabilidad y el respeto mutuo. En tiempos de crisis, esforcémonos por construir puentes, promovamos el diálogo en lugar de la discordia.
Optemos por un enfoque que fomente la empatía y la solidaridad. Al evitar los discursos de odio, protegemos nuestras comunidades y construimos cimientos más fuertes para un futuro en armonía. (O)