En esta columna he priorizado el tratamiento y análisis del quehacer literario, del oficio escritural. De las bondades y designios que se derivan de los libros y sus autores. De la prosa, y tal vez más, de la poesía.
Sin embargo, es imposible desentenderse del presente marco por el que atraviesa el Ecuador; sumido en una espiral de terror y fuego. En tal circunstancia nos hallamos, por desidia e ineptitud de las autoridades. Por una galopante corrupción. Por el quemeimportismo poblacional. Todas y todos, de alguna manera somos corresponsables de la crisis, que amplía sus tentáculos a los más diversos órdenes. Estamos infestados por grupos delincuenciales, desde hace ya varios años, a la vista y paciencia de los responsables de establecer el orden. Es que hay un régimen institucional tambaleante que se palpa manchado por la ambición y complicidad (policía, ejército). Sumado el desamparo judicial. Y políticos nauseabundos ajenos a comprender la magnitud de esta pragmática dolorosa en donde prima el llanto. Apenas, con una retórica confrontativa (ordinaria y falaz) lo que han conseguido es alimentar el odio en una sociedad polarizada por posiciones intransigentes y poco conciliadoras en el escenario político-electoral.
En el 2022 escribí lo siguiente: “Las muertes en Ecuador ya no son por el COVID-19, sino por la acción de bandas criminales. Hay la impresión de un ambiente de películas del viejo oeste. Actualmente, se asesina a mansalva. No importa que sea niño o anciano. Mujer u hombre. Que un disparo tenga daño colateral. En el bus, en peluquerías, en locales comerciales, en las afueras de los bancos, en el barrio, al interior de las viviendas, en fiestas y hasta en funerales. En la mañana, en la tarde o en la noche. No hay ley ni dios”. Nada ha cambiado de las líneas precedentes. Al contrario, la problemática se ha ahondado, al colmo del fango. Sin afán de exageración, nuestras ciudades -unas más, otras menos- vienen siendo infiernos latentes, vivientes, a merced de las mafias. Como afirma el poeta puertorriqueño José Ernesto “Esta ciudad, tú ciudad es / un poema salvaje, indomable / donde la paz, es un animal / en peligro de extinción”. (O)