El duro y doloroso baño de realidad que enfrentamos como sociedad ecuatoriana, desnuda una verdad que hemos negado desde hace mucho tiempo: Ecuador no es y nunca ha sido una isla de paz, pues el grado de descomposición ética y social al que hemos llegado es el resultado de una sociedad históricamente inequitativa, excluyente y racista que nos ha convertido en el país más violento de la región. Sin embargo, en medio del caos en el que nos encontramos, se abre la oportunidad de reconstruirnos –no hay más camino: ser o no ser–, de imaginarnos una nueva forma de estar y de relacionarnos en este espacio y tiempo que compartimos, de ser irreverentes con el sistema, con las verdades únicas. La urgente reconstrucción del tejido social que necesitamos es, sin duda, una apuesta por la paz; pero, no tan solo es la supresión de la conflictividad social la que nos llevará a la paz sino es consecuencia de todo un proceso de reconstrucción y reconstitución social que nos permita reestablecer los vínculos comunitarios rotos y la creación de condiciones culturales, ambientales y estructurales para una buena convivencia. Invocar la paz nos obliga a todos los actores y sectores sociales, a toda la ciudadanía a realizar un examen de conciencia a fondo, a sincerarnos, a comprometernos con una coexistencia en justicia, así como con el cuidado de la vida y de la seguridad de los demás y de nuestro entorno y medio ambiente. (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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