Se trata del miedo a aprender. En rigor, la palabra designa el miedo al saber, pero tenemos que reconocer que no hay saber que no pase por un proceso de aprendizaje que supone implicaciones personales, y no solo hablo de la dedicación, la concentración, el tiempo, etc., que se necesitan para aprender, sino fundamentalmente de la apertura a la exposición al aprendizaje; la posibilidad de reconocer la ignorancia, sentir inseguridad, equivocarse, pero también generar cambios y mejoras. En alguna medida, el sistema escolar formal obliga a los estudiantes a exponerse, y el ideal tradicional ha sido formar personas que adquieran las destrezas que les permitan sortear un mundo que requiere unos conocimientos. Así, parecería que, acabado el proceso escolar, el ser humano está listo para dejar de aprender. Nada más erróneo, porque en realidad ningún conocimiento es suficiente para enfrentar la complejidad del mundo y de la vida, y en consecuencia nunca dejamos de aprender. Hacerlo es sin duda el inicio de la parálisis y la decadencia al dejar de cultivarse, dejar de cuidarse en lo más humanamente profundo. De ahí el llamado crítico a educar personas autónomas y a auto-educarse, esto quiere decir desarrollar la vocación por la exposición al aprendizaje, que no es más que apertura por la(s) experiencia(s). (O)
CMV
Licenciada en Ciencias de la Información y Comunicación Social y Diplomado en Medio Impresos Experiencia como periodista y editora de suplementos. Es editora digital.
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