Un mordaz y justo reclamo

Bolívar Jiménez Álvarez

“Para darle el título de ‘padre’ al sacerdote, necesitamos que tenga un conocimiento profundo de la fe que predica y del mundo en que vivimos. Necesitamos y seguiremos necesitando referentes que nos recuerden la importancia de ir a la esencia, al espíritu y al porqué.”

Este mordaz reclamo, expresado de distintas maneras por un crecido número de feligreses católicos con cierta formación intelectual, que anhelan una homilía de calidad, es justo, necesario y merece una respuesta sincera. La voy a dar sin ambages con conocimiento de causa. 

Lo primero que hay que advertir es que la desmotivación puede venir de los dos frentes involucrados. Ciertamente, de algunos predicadores impreparados, monótonos, moralistas, repetitivos, irrespetuosos, vulgares y chabacanos; cuando no, una especie de politiqueros que anhelan popularidad y contemporizan con la corriente de moda. Pero también de una masa de oyentes, que van a las misas nada más  por costumbre, apurados y sin anhelo de bendición e ilustración, buscando en el predicador ademanes de tarimero que anime sus emociones.

Los primeros aburren y ofenden a las personas que buscan la verdad y una buena orientación. Los segundos hacen lo mismo con el ministro dedicado que, con anhelo ha preparado su mensaje para animarles positivamente en su vivir diario y se ilustren para que sepan dar razón de su fe, pero al que no le atienden ni se interesan por nada.

¿Qué hacer? La medicina a este innegable mal ha de provenir de tres vertientes. Del sacerdote, que jamás ha de atreverse a improvisar, que ha de ser profundamente respetuoso con el auditorio en su exposición y lo suficientemente hábil para manejar una concurrencia tan diversa como heterogenia. De los feligreses, que han de ir a la Eucaristía con el buen ánimo de participar activamente y regresar luego a sus vidas enriquecidos espiritual e intelectualmente. De los Obispos, para ubicar apropiadamente a su personal, y no como casi siempre se hace: sacrificar a una porción del pueblo de Dios en beneficio de una persona sin el perfil adecuado para ese medio.

Algo muy importante que ha de saber el sacerdote cuando realiza su homilía, es que su función es servir a Dios, transmitiendo la fe de la Iglesia. No se trata de un instrumento para que el religioso dé a conocer su parecer o su visión subjetiva de algún acontecimiento, sino para explicar los contenidos religiosos. (O)